jueves, 1 de mayo de 2008

Crónica Bafici

Salí de mi casa el sábado alrededor de las dos y media de la tarde. Había un sol otoñal, esos que te habilitan a pasear y no a quedarte adentro haciendo nada o en su defecto estudiando. El destino de la salida sería el Festival de Cine Independiente. Me tomé el 56, saludé al conductor y empecé a buscar entre varios asientos vacíos el que esté más atrás así no se lo tenía que dar a nadie. Finalmente terminé en la hilera del fondo al lado de la ventana, tenía una vista perfecta de las cabezas moviéndose según el principio de inercia.
Como no suelo andar mucho sola, esta vez Paula, una de mis mejores amigas, iba a ser mi acompañante. Al igual que siempre que salimos intentamos coincidir en el colectivo. Ella se lo toma unas 10 paradas después. Logramos encontrarnos. A esa altura, el colectivo ya estaba lleno de gente con caras de fin de semana, más relajadas, con ropa de pasear, con sus celulares en las manos enviando mensajes para seguramente avisar que ya estaban en viaje hacia sus destinos. Subió con una sonrisa que acentúa sus hoyuelos, supongo que es por la felicidad que le da tomarse el colectivo correcto. Se acercó a mí, me saludó, hablamos unos instantes. Mencionó algo de un enojo con la vida que necesitaba canalizar en ese momento y me pidió que no le hable por cinco minutos. Paula tiene esas cosas, así que aproveché para anotar algo en el cuaderno que llevo siempre.
Al lado mío había un chico, que me miraba, yo creo que porque le resultaría conocida del barrio. Yo sabía que era el chico que trabajaba en la librería. Así que anoté: “el chico de mi izquierda me está mirando”, se rió –supongo que lo habrá leído- y volteó su cabeza. Creo que le llamó la atención que esté anotando cosas. La gente suele ser curiosa.
El viaje hasta la línea E (Plaza de los Virreyes) se me hizo rápido. El recorrido en subte también. Siempre está bueno tener a alguien con quien hablar mientras tanto. Nos preguntamos ambas si teníamos la referencia de alguna película para ir a ver, yo propuse elegir al azar y luego me empecé a fijar en esos simpáticos y esquemáticos carteles del subte, qué combinación tendríamos que hacer. Sí, el Abasto nos queda bastante a trasmano. Pero por suerte disfruto mucho el viaje en subte. Me gusta pensar que me muevo debajo de la tierra y arriba mío miles de pisadas y de ruedas pasan. Y miro por la ventanilla y veo todo negro. Es muy loco.
Sabía desde que había bajado las escaleras en la primera estación, pasando por las combinaciones hasta llegar a Carlos Gardel, que ya estaba metida en otro mundo. Por tal motivo, no pude evitar pensar y comentarle a Paula ese texto de Beatriz Sarlo, que habíamos leído en la secundaria, en el cual se pensaba a los shoppings como grandes naves espaciales en las que no teníamos referencia del mundo exterior (temperatura, clima, etc.). Ella, telepáticamente pensó lo mismo y mostró de nuevo sus hoyuelos y ambas coincidimos que el hecho de entrar directamente del subte al Abasto era algo “mágico”.
Finalmente, ingresamos. Grandes publicidades a nuestros costados de gente muy linda, o muy rubia, o con muchos ojos celestes. El pasillo que va de la estación a la entrada del abasto parecía un desfile y las publicidades eran el público. Nosotras las mirábamos y ellas nos miraban. Nuevamente me sentí observada. Cuando estábamos adentro, nos sentíamos perdidas. Había mucha gente y el lugar es muy grande. Así que recurrimos a la señalética para buscar los cines.
No teníamos idea qué íbamos a ver, ni si quiera agarramos el programa porque aún no habíamos ubicado el gran stand del Bafici, igualmente aún manteníamos la decisión de elegir al azar. Por suerte, no había mucha gente a esa hora, así que salteamos el largo laberinto de cintas negras para llegar al oscuro lugar donde está la boletería (que da tantas vueltas que la hace inalcanzable) y vimos que teníamos para ver en la próxima hora dos películas. Debíamos elegir por los títulos: una tenía uno más abstracto y otra uno más figurativo. Mientras mostrábamos nuestras libretas para tener los merecidos descuentos en las entradas, optamos por el título “más llamativo”: “El Sueño del perro.”
***
Llegamos tarde. La película no había empezado pero ya se estaban proyectando imágenes. De bajo mío, en hilera había una escalera de luces rojas, y la oscuridad era casi absoluta. Teníamos que seguir el camino iluminado, que en mi opinión no sirve de nada si es para ubicarte. Tenía los pochoclos grandes en la mano –esos que por unos centavos más siempre “conviene” comprar y son un poco más grandes que los grandes- se los pasé a Paula porque pensé que ellos y yo íbamos a terminar viendo la película desde el suelo junto a las simpáticas y tan orientadoras lucecitas.
Afortunadamente, alguien que trabajaba ahí en la sala nos ayudó a ubicarnos con su linterna. Nos sentamos bien adelante del lado derecho, ahí donde nunca nadie elige lugar. Esos lugares están ahí, no para ser elegidos sino a disponibilidad de los impuntuales.
A mi izquierda había un señor de unos 50 años, bien vestido, con un perfume característico de su género, que miraba. Otra vez alguien miraba mi mirada. Creo que le molestaba el ruido que estábamos haciendo. Lo observé y ambos dirigimos nuestros ojos hacia la pantalla.
La película era, para mi gusto, muy lenta. Me llegó a resultar aburrida. Igualmente me hizo recordar un viaje de un fin de semana a San Pedro que hicimos con mi amiga porque había imágenes de un río que creo que era el Paraná. Se lo comenté y asintió con su cabeza sin dejar de mirar la proyección e intentando situarse en ella.
Empecé a observar a mí alrededor. Había gente que dormitaba. Paula comía pochochos casi adictivamente. El señor de al lado nos seguía viendo. Tenía ganas de ofrecerle pochoclos, porque su mirada no me incomodaba, de hecho, yo también lo miraba y mi amiga me decía que deje de hacerlo.
Destapaba mi muñeca a cada rato para ver la hora, quería que termine la película ya pero no quería levantarme antes. Mucha gente lo estaba haciendo, por lo que me dio la sensación de que no era la única que se estaba aburriendo.
Paula seguía comiendo pochoclos. En un momento me dijo “basta” y los puso en el piso. Pero siguió agarrándolos de ahí y nos empezamos a reír. Creo que estuvimos así hasta el fin de la película.
“-¿Aplaudimos?”, me preguntó. “No creo que a nadie le haya gustado.” Empezaron los aplausos acompañados con caras de satisfacción, de seguridad, de contemplación. No lo podía entender. Antes dormían. Ahora aplaudían. Creo que eso es un poco de lo que tiene el cine independiente.
Se prendieron las luces, y preferimos quedarnos sentadas porque estábamos cómodas. Eran muy suaves las butacas. Nuestro señor ya se había ido.
Afuera de la sala, se juntaron muchas personas amontonadas con papelitos blancos en las manos y lapiceras. Me exasperan los tumultos de gente, me siento ahogada, asfixiada. Busqué la primera salida que encontré que me condujo a una rampa y escapé por ahí.
****
Después de la película quedé o quedamos, mejor dicho, embobadas. Tontas. Un conjunto de barbudos por todas partes. Debo aclarar que tengo cierto fetiche con los barbudos. Y ahí estaban ellos, con barbas de todos los colores y tamaños. Para elegir y degustar.
Era un conjunto de esnobs, que en su mayoría caminan en grupo. Andaban así, medios perdidos por la vida. Con su mirada a cualquier lugar, no te registran. No me observaban. Pero por otro lado me molestan, son soberbios, caminan empujando al aire. Por suerte estaba con Paula, que tenemos un gusto muy parecido. Sólo que ella los prefiere más maduros. De hecho, en un momento quedó impactada por un señor que se parecía a Padro Aznar, su amor imposible.
Nos sentamos en los banquitos que están en el primer piso a ser de espectadoras de una gran vidriera de gente linda. Nos convertimos en las publicidades de la entrada y ahora nosotras observábamos como si estuviéramos pintadas. En ese momento me sentí una tonta. Ahora que escribo esto me siento igual. Miraba gente en exhibición.
Me llamó la atención la cantidad de cintas rojas que sostenían credenciales de prensa. Eso también se mostraba. Podía sentir cierta sensación de poder de quien las llevaba colgando. Yo también quería una para que ella me sacara a pasear por el Abasto y se luzca conmigo. Empecé a jugar mentalmente. Siempre hago juegos solitarios, será porque soy hija única. El juego consistía en contar cuántas cintas rojas encontraba. Vi como diez hasta que me distraje hablando con Paula sobre la cantidad de gente que ingresó en ese momento. Todos iban al stand del Bafici a buscar sus programas con tapas celestes y leían sobre lo que podían ver. Cosa que tendríamos que haber hecho nosotras desde un principio y no elegir tan al azar. Igualmente, casi todos hacían lo mismo: ponían cara de leer atentamente, comentaban unas pocas palabras con su par y decían “bueno vamos a ver qué hay” (sé exactamente las palabras porque mi amiga sabe leer los labios casi a la perfección). Estuvimos sentadas ahí más de una hora. Pensamos en la idea de hacer un happening, aunque no sabíamos cómo. Pero sí había mucha gente como para hacerlo y de hecho, por mi experiencia podía decir que también había mucha para observarlo. A la gente le gusta ver. Todo el tiempo. Miran y se miran. Van a un festival a ver cine independiente y ser parte de otra película, de otro mundo. Somos actores, aunque anónimos, hasta para la persona que tenemos al lado. Los protagonistas son nuestros ojos.

2 comentarios:

Ivana Szerman dijo...

Hola Lau. Ya leí tu Crónica.
Igual que lo que le dije a agus, hay algunas expresiones como “esos que te habilitan”, “no te registran” que no me convencen. Porque no se a quién estás tuteando. Quizás los reemplazaria por "esos que no la registran a una" o algo así, como más externo.
Esta buenisimo lo del chico de la libreríaen el colectivo.
“es muy loco” me parece muy coloquial.
voy viendo lo que ves, es muy descriptivo
esta buena la observación de los lugares de los costados, exclusivos para los impuntuales.
muchas cosas parece que las vimos todas. Eso de los que duermen y después aplauden una película que no vieron, por ejemplo. Aunque capaz son esos los que aplauden porque son los que precisamente la pasaron bien: no tuvierons que bancarse un bodrio.
Me gusto “En ese momento me sentí una tonta. Ahora que escribo esto me siento igual.”
Yo agregaria que la gente va a festivales de cine indepencdiente para verse a ellos mismos asi.
como te fue en historia? que onda las preguntas de teorico?
Un beso
Ivy

Simulación dijo...

Tal vez nos vimos sin vernos ese día.
Disfruto mucho del cine independiente...
Imagine cada detalle de lo que lei...Gracias por indicarme que lo lea. Aporta a mi reflexión.
Creo que moonlight es el indicado. Me gusta Patetica, pero la reservo para otras situaciones. No busco agresividad esta vez. Estremezco con cada entrada de Beethoven, aunque en el ínterin tranquilice, puede sentirse esa pequeña brisa que trae olor a humedad, de la fuerte tormenta que se avecina en el final.
Por lo visto tenemos puntos en común. Las serpientes y los dragónes somos parecidos.
Contame sobre tu vida…me intriga saber.


Un afectuoso saludo libriana.





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