lunes, 16 de junio de 2008

Puente II

Pasó una noche y un texto desde lo que pensé ayer sobre la escritura como puente. Hoy me puse a leer Fronteras, naciones, identidades que está en el cuadernillo del territorio de Misiones y casualmente, se habla del puente, de las fronteras entre Misiones y Paraguay.
“Fin de las fronteras”, geográficas. En mi caso, fin de las fronteras entre mi interior y mi exterior (en relación a la escritura). ¿Será cierto? “El puente se convirtió así en un escenario clave de disputas internacionales, donde se conjugaron dimensiones étnicas, de clase y género.” La escritura como puente también será un escenario de disputas. Ahora, me resuenan las palabras “escribir es meterse en problemas”, ¿será siempre posible llegar al final del puente? ¿Por qué están tan separadas las fronteras? Me lo pregunto porque a pesar de ser una continuación de tierra, o continuación de uno mismo, siempre hay claras diferencias.
El texto cita a un tal Peyret quien construye diferencias entre los argentinos y paraguayos: los primeros civilizados, los segundos en la barbarie. De esta manera, una línea imaginaria, un río, un trazo que separa un mapa construye diferencias. Y es sólo una línea. Después se construye el puente. Para superar estos obstáculos. La escritura, para superar estos obstáculos también: la frontera entre el propio mundo interno y el externo.
Y me pongo a pensar, qué pasa si hay conflicto en el puente (escritura). “Es el primer corte de puente motivado por el puente mismo.”; “Los cortes de puente constituyen la dimensión visible de un conflicto irresuelto y profundo, y ponen en escena en los medios de comunicación una verdadera disputa de intereses y defensa de la dignidad nacional.” Lo mismo pasa en la escritura, cuando hay conflicto, éste se puede volver totalmente visible, porque el conflicto está en poder transformar en externo lo interno.
“Se realizó el corte más prolongado del puente, quedando interrumpido el tránsito durante ocho horas.” También pasa en la escritura, cuando se la bloquea uno puede escribir algo por horas, días, meses y años. Y no terminarlo. No poder pasar el puente: No encontrar la forma de poder sintetizar de manera clara algo que se va a leer en minutos y que quizás costó años. Hay una distancia temporal. “El tiempo es la distancia más larga entre dos caminos”. Y quizás, pase al revés, quizás yo escriba esto ahora en pocos minutos y nadie lo comprenda, nadie comprenda en años lo que yo escribí en minutos. Pero, a pesar de eso, me estoy dando cuenta que esa es la gracia del escritor, poder superar los bloqueos, el tiempo, para poder llegar a destino, y por tal motivo son necesarios los bloqueos en el puente porque nos ponen a prueba y aprendemos y hasta incluso, como ahora, escribimos sobre ellos. Hay que intentar unir los dos mundos: Argentina-Paraguay, interno-externo, historia uno-historia dos, civilización-barbarie. Es una forma de borrar estas fronteras. Y para eso escribimos, como dice el texto, los periodistas se transformaron en “guardias de fronteras”, tenemos que observar todo el tiempo estos límites, producir una “patria con palabras”, aunque no me gusta mucho el término patria, sino más bien yo diría producir una integración con palabras y no hacer que la escritura o el puente según el caso se conviertan en algo que separe, un obstáculo como creía antes.
Los escritores son como las paseras que trabajan y viven de la frontera: “las paseras y los taxistas desarrollan un trabajo que es exclusivamente consecuencia de esa fabricación cotidiana de la frontera.” La tarea del escritor es intentar todo el tiempo que dos universos, fronteras o límites entren en comunión. Por eso, al igual que las paseras, el escritor vive de las fronteras y los límites porque habla sobre ellos, juega con ellos, éstos les generan problemas, los dejan atascados en el puente. Si el que escribe, por obligación o por placer, no se anima (quizás por pereza) a convivir con los problemas que genera el escribir, puede hacer que el puente que tenía que integrar, termine “separando dos orillas”.

domingo, 15 de junio de 2008

Puente

Tengo que escribir el cuento, pero no encuentro el momento para hacerlo. No porque no lo tenga, sino porque no sé, no me siento cómoda para escribir. Y tengo algo en la cabeza pero tampoco me convence y creo que eso es también un poco el problema.
Igualmente, a pesar de haber dicho que iba a abandonar momentáneamente a Cortázar porque mi fanatismo, por así llamarlo, me estaba limitando, decidí ver finalmente una entrevista que hizo, que a veces pasan en Canal Encuentro, completa. Siempre la vi fragmentada, no sé por qué. El tema es que tenía ganas de verla, porque últimamente estoy escribiendo bastante. Cosa bastante rara, porque no suelo escribir mucho durante mucho tiempo, y sin que nadie me incite a que lo haga. El tema es que escribo cosas sin forma. ¿Y esto que tiene que ver con la entrevista? Me acordé de las formas, me acordé de cómo escribe él, me acordé que un unos de los fragmentos que ví, hablaba que el él escribía cuando te tenía ganas, no era profesional con eso, ni disciplinado.
Entonces, decidí verla, por un lado porque volví a leer cosas suyas, sin cumplir mi “promesa”, por el otro porque me acordé justo de eso y de que tengo que escribir el cuento, y también porque tenía ganas y punto. Pero la cosa es que sin pensar demasiado, saqué cosas que me parecieron importantes a la hora de escribir.
Todo está en nosotros, mostrar las cosas del otro lado, la propia noción del estilo, posibilidad de múltiple lectura de un texto, interpretación diferente, motivación de la escritura, no noción de horario, sin disciplina, de alguna manera el cuento ya está escrito, fantasía, realidad, seguridad, .
Toda esta enumeración fue más o menos lo que rescaté. No tengo ganas de explicarla pero sí me puso a pensar bastante. Hoy conversamos en mi casa, sobre las interpretaciones que cada uno tiene de diferentes cuentos. No es un tema recurrente, pero a partir de algo que había escrito empezamos a hablar sobre eso. Fue medio raro. Cuando vi la entrevista hace un ratito, Cortázar decía que esa multiplicidad de lecturas era fascinante. Y dijo algo que me quedó resonando en la cabeza: “el libro continuaba en la vida”.
Hace un tiempo, había escrito algo acá, en relación a que veía la escritura como un obstáculo. Es decir, tenía que escribir y no sabía qué ni cómo y eso me trababa. Leía las crónicas y me daban ganas de hacer una, pero también me sentía trabada. Ahora en este momento, estoy pensando a la escritura como puente. Desde interior al exterior. Es decir, escribimos a partir de nosotros, de lo que vemos, sentimos, percibimos. Pero siempre a partir de nosotros. Cuando estamos en el momento de objetivar todo lo anterior pasamos por el puente. Luego eso queda ahí, de forma material, es una proyección como todo,
y después continúa en la vida, como dijo Julio. Hoy me pasó un poco eso, y los últimos días también. Me di cuenta de cómo a partir de lo que escribí, a partir del puente, se pudo seguir reflexionando sobre eso, en diferentes ocasiones, porque fueron totalmente distintitas y eso me gustó, me hizo sentir cómoda aunque a veces incómoda también. Y a pesar que yo también reflexiono todo el tiempo sobre objetivaciones ajenas, ya sea escritura, habla, imagen, película, música, no me había dado cuenta de esa continuación en la vida”, sino más bien que para mí eran dos cosas diferentes. Para mí escribir, por ejemplo, me sacaba un rato de la vida y no me dejaba vivirla (como cuando quise escribir esa bitácora de mis vacaciones y no me salió), ahora no digo que no pase eso, pero sí sostengo que aunque la escritura pueda ser considerada como el fin de algo que empezó adentro nuestro, también puede servir de punto de partida para otras cosas, o quizás no.
No tengo todavía claro todo esto, porque lo estoy pensando en este momento, y creo que se nota.