domingo, 9 de noviembre de 2008

Notas de lector de Ìtalo Calvino, Colección de arena.

Según lo que trabajamos en clase, este ensayo tiene una forma de espiral. No me di cuenta de eso en la primera lectura pero cuando lo releí buscando esa forma la encontré y me pareció muy interesante.
En un primer momento, se empieza desde lo más material. Se cuenta que hay una persona que colecciona arena y dónde lo hace. Luego le da importancia al lugar que esta colección ocupa en la exposición que no es tan importante.
Luego, me pareció interesante la reflexión que hace de cómo por la materia, en este caso la colección de arena, introduce a un lugar, a otro mundo y revela una descripción del mundo distinta. A partir de la colección se va a poder fijar en el tiempo y en el espacio, cada experiencia para “documentar” lo vivido.
Luego establece la analogía entre colección y diario de viaje: “como toda colección, también esta es un diario: diario de viajes, claro está, pero también diario de sentimientos, de estados de ánimo, de humores, aunque no podamos estar seguros… (…) O quizá sólo diario de esa oscura manía que nos impulsa tanto a reunir una colección como a llevar un diario, es decir, la necesidad de transformar el transcurrir de la propia existencia en una serie de objetos salvados de la dispersión o en una serie de líneas escritas, cristalizadas fuera del continuo fluir de los pensamientos.” Cuando leí esto, me pensé a mi misma escribiendo con esa necesidad de capturar el mundo que pasa por mis ojos y por mis pensamientos. Y me volví a preguntar ¿por qué es tan necesario escribir, coleccionar palabras en un papel, o coleccionar arena?
¿Por qué esa necesidad de ponerle a todo una etiqueta? ¿Volver todo una cosa? Eso también se pregunta Calvino sobre la obsesión del coleccionista y evoca a las carpetas de aquel que en pone nombre a todo con un frenético acto de titular todo lo que tenemos dentro nuestro.
Luego dice que todo esto implica un procedimiento mental y una forma de “poseer, adueñarse de la vida y los acontecimientos de los que me entero.” Tenemos que objetivar todo para vivir en sociedad. Esto me recuerda a Godelier un antropólogo neomarxista, que analiza en un texto titulado “Poder y lenguaje” las relaciones de desigualdad en una tribu de Nueva Guinea. Acá cuenta cómo los hombres tenían un lenguaje cifrado que consistía en cambiarle el nombre a las cosas para que las mujeres no sepan de qué estaban hablando. Ellos pensaban que haciendo esto, se iban a poder adueñar de las cosas, hacerlas suyas. ¿Esta será también un poco la obsesión del coleccionista? “Durante todo el día ojeo, recojo, ordeno, clasifico, selecciono y reduzco todo a la forma de álbumes de colección. Estas colecciones se convierten así en mi vida ilustrada.”
Después Calvino, señala cómo nos creamos a partir de ver una colección una imagen propia del mundo. Nos vemos una persona abstracta que estuvo en tal lugar y coleccionó tal cosa. No identificamos con eso “un yo que podría ser también yo”. Esto es igual a ver una fotografía de un viaje. El álbum de foto es una colección de imágenes. Se vuelve una obsesión. Miramos las fotos de otros y pensamos que nosotros también podríamos tener una foto parecida.
Esto es un poco lo que hacen los Famas (en Historias de Cronopios y Famas, Julio Cortázar) en el texto “Conservación de los recuerdos”: “Los famas para conservar sus recuerdos proceden a embalsamarlos en la siguiente forma: Luego de fijado el recuerdo con pelos y señales, lo envuelven de pies a cabeza en una sábana negra y lo colocan parado contra la pared de la sala, con un cartelito que dice: <>, o: <>” Este fragmento creo que ilustra un poco a la conclusión, que al final del ensayo llega Calvino: “Quizá escrutando la arena como arena, las palabras como palabras, podamos acercarnos a entender cómo y en qué medida el mundo triturado y erosionado puede todavía encontrar en ellas fundamento y modelo.”
Creo que en eso se basa un poco, lo que hacemos todos: materializar lo que podamos para explicar el por qué estamos acá. Coleccionar arena para dar cuenta de por qué la pisamos. Llenar una hoja blanca con una mancha negra llena de palabras para buscarle un sentido a nuestro existir. ¿Será posible alejarse de esas obsesiones?

Notas de lector de Michel de Montaigne, De los caníbales

El ensayo comienza relatando la llegada del rey Pirro a Italia haciendo referencia a los bárbaros que eran considerados todos los extranjeros. Luego reflexionará sobre las ansias de descubrimiento: “Temo acaso tengamos los ojos más grandes que el vientre, y más curiosidad que capacidad. Lo abarcamos todo, pero no abrazamos sino viento.” Después de esto hará una descripción de las transformaciones de la tierra por la naturaleza en cuanto territorios.
Es interesante el tono crítico que a partir de ahí comienza a tener el ensayo. Principalmente lo que critica, es esa idea etnocentrista de ver a los Otros en términos peyorativos, situando al Nosotros en un estadio superior del desarrollo. Él dice, que todas las historias están mediadas por la opinión y la subjetividad del que las cuenta. Pero volviendo a su crítica, Montaigne sostiene que para él los pueblos que se describen no tienen nada de bárbaros y afirma que “uno llama barbarie a lo que es ajeno a sus costumbres”.
Describe la sociedad de un pueblo que practica el canibalismo pero basándose en sus costumbres más positivas, y si bien no deja de reconocer para él “la barbarie y el horror que supone comerse al enemigo” cree que es mejor comprender sus faltas y ver también las nuestras. Para esto argumenta diciendo, que el individuo “civilizado” funciona como un obstáculo para la naturaleza porque no deja avanzar sus fuerzas naturales. Menciona lo “bárbaras” que fueron las guerras de religión (aunque no lo hace explícitamente pero sí haciendo referencia).
El tono del ensayo es muy crítico, y se sostiene con argumentaciones bastante firmes y claras. Opone modos de vida e ideas, pero a la vez es bastante sutil. Esta sutileza se ilustra muy bien cuando llega al final y dice “Todo esto suena muy bien. ¿Y entonces, qué? Pues que esta gente no usa calzas ni zapatos.”
Es muy interesante como trata el tema y lleva al lector a que quizás pueda replantearse el trato en referencia a las otras culturas y empezar a criticar un poco la suya. Aquí se nota fuertemente la eficacia de la persuasión del ensayista.

Mecanismos de la escritura de viaje de Cardona en la Argentina Crónica.

Siguiendo los mecanismos narrativos en el capítulo Viajes y descubrimientos de Cardona, se pueden aplicar éstos a los textos del libro “La Argentina Crónica”. En este caso elegí para analizar la crónica titulada “Operación Jaja”. En esta se trata la historia del clac (reidores) en Argentina.
Con respecto a los mecanismos narrativos que trata Cardona se pueden aplicar los siguientes:
· Invitación al lector: da cuenta de la presencia de los lectores. El autor dice que esto se señala a partir del uso de las alocuciones. Si bien en este caso no hay presencia de aquellas (es decir que la narradora no se refiere al enunciatario mediante alocuciones); se puede ver cómo se construye aquel con el tono que utiliza la cronista – más bien informal- y cómo lo invita a interesarte mediante la inclusión de historia del rubro y a través de sus propias reflexiones que pueden llegar a crear una identificación del lector.
· El corte textual: se refiere a la acumulación de imágenes y sensaciones del viajero, la descripción de “lo nuevo que se tropieza con fragmentos” y la intromisión de puntos de vista. En esta crónica está muy presente este tipo de mecanismos. Durante todo el recorrido de la cronista en el canal de televisión abundan las descripciones del lugar, las personas y la sensación de la cronista. Con el uso de los testimonios de los reidores se ve claramente el cruce de putnos de vista. Esto si ilustra, por ejemplo, en el énfasis que pone la cronista en la risa y cómo la trata desde distintas perspectivas.
A esto mismo también se refiere la narradora cuando da su definición de crónica periodística: “(…) Por eso, se busca un lenguaje distinto del que vemos en el periodismo diario, y se habla del cruce de géneros entre periodismo y literatura.” “En una crónica, la vida no es blanca o negra, los matices importan y uno puedo escribir de los reidores y reflejar el llanto que existe en una carcajada.”
· Espacio y tiempo de la narración: En este apartado Cardona asevera que en los viajes se cambia la concepción misma de espacio. En este caso el espacio está demarcado dentro del estudio de televisión y con respecto al tiempo de la narración de desarrolla en un día de grabación de la jornada de trabajo del clac.
Por otra parte, la cronista sigue, o al menos parece, seguir el orden de los hechos como se le ocurrieron supuestamente a ella. Esto hace seguir según Cardona un hilo narrativo.
Además es evidente la tensión entre lo nuevo y lo conocido y cómo contarlo. Si bien esta cronista no se desplaza a un lugar lejano como lo haría otro viajero y cuenta historias que para la gente que está en medio forman parte de su cotidianeidad. Tiene que hacer el esfuerzo por presentar lo nuevo y hacer veraz su narración (recomponiendo esto con historias, testimonios, etc.). “La finalidad de una crónica es contar una historia, iluminar un pedazo de mundo.” Esto es también un poco lo que sostiene un poco Cardona que se da al pasar el tiempo en la literatura de viajes.

Notas de lector de la Argentina Crónica 2

Skinheads antifascistas: el lado rojo de la fuerza
Esta crónica intenta construir un poco el movimiento skinhead y a su vez da la sensación de querer tirar abajo ciertos prejuicios es imaginarios sociales que asocian a esta subcultura con los pro nazis.
La línea en la cual se sostiene el relato está basada en el encuentro del cronista con algunos de los personajes que son skin heads. En un primer momento describe la situación de un encuentro en particular, le da mucha importancia a la observación del cronista y eso se nota por el detallismo en las distancias y en que pone énfasis en la lejanía y cercanía de él y de los skin heads. Cuando termina de relatar esta situación deja en claro que estuvo dos meses con ellos para poder construir su historia y presenta a los personajes.
En una segunda parte, se cuestiona sobre la no historicidad que se le da al fenómeno y se propone a contar la historia del movimiento. El relato es muy relajado, simple y claro. Acá se explica la justificación del por qué existe el prejuicio con esta gente. Luego de esto, retoma la estructura basada en el encuentro con los skin heads, tiene muy presente el lugar geográfico (en este caso Parque Centenario) y empieza a profundizar con las historias de diferentes personas que dan cuenta un poco de las características de los skin heads.
Por otro lado, se nota mucho el trabajo con testimonio. Si bien el cronista se nota presente, abundan más los testimonios ya sean desde enunciados directos o desde el relato del propio narrador.
En cuanto a los testimonios directos, se muestra un poco la opinión propia de los skin heads frente a su vida y a lo que es formar parte de este grupo.
En una tercer parte, se cuenta la historia de la muerte de Marcelo Scalera, que desde un principio, se van dando indicios poco claros sobre este acontecimiento y lo que significó para algunos de estos personajes.
Por último, el cronista resume un poco el recorrido geográfico que fue haciendo a lo largo de su trabajo y a su vez afirma que el recorrido que suelen hacer ellos siempre. Es un forma más de mostrar “su realidad”.
La crónica termina con un juicio de valor algo irónico por parte del cronista, que finalmente toma posición sobre lo que vio y vivió.


En campaña con Duhalde y Ortega
Esta crónica tiene dos partes muy marcadas: en un primer momento es muy descriptiva y el cronista está muy presente y en un segundo momento se basa en testimonios.
La crónica se basa en el viaje de vuelta que hacen los candidatos presidenciales desde el norte hacia Buenos Aires. Me parece muy interesante el juego que hace el cronista con el nombre del tren, “La Esperanza”. Lo utiliza con cierto tipo de ironía.
Después de la descripción de la partida se presentan los personajes y se vuelve a jugar con el nombre del tren, cuando cita lo que una persona dice “manténganse lejos del tren”, “lejos de la esperanza”.
En esta parte de la crónica hay un trabajo de descripción bastante fuerte en donde se vislumbran las paradojas que trae todo este espectáculo político en el cual aparece un tren para que lleguen los candidatos, pero su vez en la cotidianeidad del lugar todo se presenta desolado y abandonado. Se le da mucha importancia a la mirada del narrador desde adentro del tren. Esto da lugar a una reflexión del cronista y su toma de posición dentro de toda la escena que el la resume en una foto.
Esta reflexión sobre la foto fue un buen recurso para articular la primera parte con la segunda ya que ésta última comienza con “la meta de un político es convertirse en un afiche…” “A veces es bueno agarrar los afiches y arrugarlos hasta que le salga la tinta por los ojos”. Esta reflexión da paso a un cuestionario del cronista hacia los candidatos. Lo se resalta de estas preguntas es su contenido. No son las típicas preguntas que se les suelen hacer a los políticos, sino que pareciera que se intenta desmitificar la imagen del político que aparece en una foto. Hay una idea de mostrar “el otro lado” de la situación. Eso está muy presente en toda la crónica, a mi parecer. Desde que se quiere mostrar el “otro lado” desde la intimidad del viaje dentro del tren, y también en la segunda parte se muestra el otro lado de la imagen que representa el afiche.
Finalmente, la crónica termina con la vuelta a Retiro y se mantiene de parte del cronista la idea de toda la situación como un espectáculo.
Las hermanas satánicas
La crónica se basa en el encuentro con Gabriela Vásquez, hermana de Silvina quién asesinó a su padre para “quitarle el demonio”, después de tres años del acontecimiento.
En una primera parte se empieza con una pregunta muestra la presencia del cronista y el encuentro de la protagonista de la crónica con éste.
Se describe a Gabriela Vásquez, muy detalladamente como se puede ver cuando se menciona la cicatriz que tiene en su cara. El hecho de mencionar es la apariencia de toda una historia detrás de ella.
Luego se cuenta qué fue lo que pasó o y cuál fue la correlación del entono como respuesta a lo acontecido.
En la segunda parte de la crónica, el narrador vuelve en el tiempo para contar la historia del nacimiento del padre y establecer una relación de él con esa imagen de “demonio” con respecto a la causa de su concepción. Además cuenta cómo el padre conoció a su mujer y de ahí el nacimiento de las hermanas hasta la muerte de la madre de ellas lo que provocó actitudes extrañas en Silvina.
Se retoma la situación del encuentro en la casa del cronista quien también describe a Gabriela cómo era antes y ahora en qué lugar quedó (para él es una víctima); pero siempre aparece una relación tensa entre ambos porque en esta segunda parte, el cronista aparece con ciertos comentarios incisivos, irónicos. Eso se puede ver cuando habla sobre el demonio, la sangre y cuando menciona que Gabriela le grita y le dice que vaya a conocer la casa donde sucedió todo.
Eso da pie a la tercera parte de la crónica dónde se describe la casa y toda la situación después del crimen, lo que pasó Gabriela en la cárcel y la relación con su hermana. En esta parte el relato es más cronológico y no está tan presente la figura del cronista.
En una cuarta parte se vuelve a mencionar la historia del padre pero antes de su muerte en dónde él se entera lo que se plantea en un principio en el relato. Esto da cuenta de una estructura circular que da pie a la finalización que muestra cómo quedó el lazo entre hermanas.
A caballo de la fe
Esta crónica está basada en la descripción de la peregrinación hacia el santuario de la Difunta Correa en San Juan.
Sigue un una secuencia cronológica, lineal, es decir que no va y viene mucho en el tiempo y desde el primer momento se sitúa en el tiempo del relato.
También en un principio, se marca el lugar del cronista cuando describe la sensación con respecto a su entorno en ese momento.
Es una narración muy descriptiva que tiene en cuenta los detalles para que se note el carácter ritual de la situación.
En una parte en la descripción se intercala la historia de la Difunta Correa y de su celebración, y además se incluye el comentario de un antropóloga sobre ese tipo creencias como para dar lugar a otra perspectiva, cosa que en las crónicas anteriores aún no había aparecido.
También se hace uso de los testimonio de otros peregrinos y se le da importancia a la descripción de la gente que asiste a la peregrinación.
La mirada y sensación del cronista está muy presente y finalmente da la sensación que encontró algo o que se identificó un poco con lo que fue a buscar.
La política en los Boxes
Esta crónica está dividida en partes. En un primer lugar se cuenta una situación anecdótica de 1972 para presentar el tema de la crónica: que la política se hace en cualquier lado. Lo que intenta este texto es mostrar la otra realidad que no está mostrada en “los libros de política o cívica”. En segundo y tercer lugar, la otra parte transcurre en dos bares diversos con gente relacionada con la política.
El cronista está muy presente en toda la crónica y utiliza un estilo muy informal que se también refleja que el escenario de la política es muy descontracturado.
Utiliza la transcripción de diálogos que continúan con este estilo coloquial y además se cuenta anécdotas y chismes sobre este mundo.
Finalizando la crónica el narrador compara cómo era tratada la política anteriormente y muestra que no transcurría tanto cafés y restaurantes y por último hace una reflexión sobre lo qué es hacer política y cuestionándose cómo lo hacía antes sarmiento.

viernes, 12 de septiembre de 2008

La argentina Crónica: Operación Jaja, Un día en la vida de Pepita la pistolera, El Caso Poblete.

En las primeras tres crónicas del libro La Argentina Crónica se construyen tres tipos de realidad e historias distintas. Cada una maneja un tiempo y una estructura que las sostiene distinta.
En primer lugar, “Operación Jaja” trata sobre la historia de los reidores (los clac) en Argentina.
La línea estructural que sostiene la crónica se vaya en la descripción del estudio de televisión de canal 9, en el momento en el cual se emite un programa (“La peluquería de los Mateos”). Esta descripción tanto del lugar, como de las personas que están presentes en él está intercalada con explicaciones sobre la historia del clac (los reidores).
Además, focaliza en varios testimonios (que sostienen su relato) como los de Susana Pasos, Angel Vanezuela, Hugo Lettieri, etc. los cuales sirven de puente para contar sus propias historias en relación al género.
En una parte de la crónica hay una reflexión de la cronista sobre la risa y termina con el final de la jornada laboral en la cual la cronista conecta su historia con las risas y se siente parte del lugar: “Yo también me rio, soy parte.”. Además describe su sentimiento paradójico al final del día relacionado con ganas de llorar. Se hace mucho énfasis en la risa desde diferentes puntos de vista.
En segundo lugar, “Un día en la vida de Pepita la pistolera” es sobre una mujer que fue vinculada con el asesinato de José Luis Cabezas, y se hizo conocida por eso. La línea en la que sigue toda la crónica se enfoca en el encuentro con esta mujer y principalmente en su descripción (vestuario, gestos, relaciones con gente del lugar).
La crónica empieza contando la historia del padre para llegar a presentar a “Pepita la pistolera” como es conocida.
Su descripción se intercala con su biografía básicamente y se utiliza su propio testimonio. Me da la sensación que esta crónica tuvo una especie de estructura circular ya que a lo último se justifica el por qué del apodo (Pepita la pistolera) que se presenta al inicio de la crónica.
En tercer lugar, “El caso Poblete” cuenta la historia de la del caso Poblete en el que se basó la declaración de las leyes de Obediencia de vida y Punto final como inconstitucionales. La estructura de la crónica, a diferencia de las otras dos, empieza con la historia de la madre de José Pepe Poblete y finaliza cronológicamente hasta hoy en día. Es decir que es más lineal y no va y viene mucho en el tiempo.
Paralelamente, se explica el contexto histórico político de Argentina, según cada momento de la vida de esta familia.
La crónica está dividida en partes en las que se tratan: la historia de la madre de Pepe, la historia de amigos, y familiares de él, su accidente en el tren, su establecimiento en Bs. As, etc.
En la última parte se explica cómo apareció su hija, y se focaliza en la relación de ésta con su familia biológica.
Algo que me pareció interesante remarcar es la utilización recurrente del tema del destino durante toda la crónica y en todas las historias.
Por último, una de las cosas que se puede resaltar es la relación del cronista con cada historia. Por ejemplo en la primera crónica, el cronista ocupa un lugar de importancia dentro de la crónica, al igual que en la segunda en la que se ve un compromiso con la protagonista de la historia, pero en la tercera el cronista está más desdibujado aunque sí se nota su presencia.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Estación central


Dora y Josué se encuentran en viaje en búsqueda del padre de él. Un micro lleno de gente. Dora tomando alcohol. El niño también. Dora ni se imaginaba que iba a terminar ahí, ni tampoco que iba a viajar en un camión, que se iba a sentir deseos por el conductor de ese camión. Ni que iba a estar en una peregrinación, ni en ningún lugar nuevo. Vivir todo eso para llegar a un objetivo, un destino. Conocer lugares, gente. Conocer a Josué.
Antes lo hacía eso también. Pero sin desplazarse, viajaba por miles de historias de otras personas, cuando éstas por no saber escribir le pedían que ella les escriba para mandar cartas. Pero a ella no le importaba, se burlaba. Aunque conocía a mucha gente, gente que quizás nunca iba a volver a ver.
Un día eso cambió, el destino quiso que viaje miles de kilómetros para ayudar a ese nene que se había quedado sin madre. O mejor aún, para ayudarse a ella para encontrarse, para probarse, para superarse. Creo que Dora empezó un nuevo camino en el momento que emprendió su viaje con él.
Esto me lleva a pensar en el encuentro con cosas nuevas, inesperadas. La sensación de libertad de ir por cualquier lugar sin decirle nada a nadie. Conocer, mirar, ver, hablar. Todo eso lleva al conocimiento de uno mismo. Encontrar gente que transita por el mismo camino en otros destinos. Y compartir el destino con alguien que uno no se imagina. Ver otras realidades, construir una propia realidad. Dora cambió la suya, construyó una relación de afecto con Josué, lo conoció, se dejó conocer, y cuando logró el cambio y llegó a su destino decidió volver como suele hacer el héroe después de sus viajes: identificándose con lo que fue a buscar.

viernes, 15 de agosto de 2008

Yo tengo un hermano

Con ciertos nervios y ansiedad esperé. Me había llamado el lunes anterior y me dibujó una sonrisa saber que pasaríamos un día juntos. Nos bajamos de aquel colectivo[1] para ahora subirnos a su auto. No sabía a dónde íbamos a ir, pero tenía mucha impaciencia. Quería que llegue. Toda la semana esperando que sea jueves. Fue jueves.

[2]Yo tuve un hermano
no nos vimos nunca
pero no importaba.

Siempre que espero a mi hermano tengo miedo de que no llegue. Mi papá me contaba que cuando las cosas no andaban bien entre ellos, él le decía que venía y no venía. Me acuerdo que una vez mi abuelo Domingo, que lleva justamente su nombre, quiso juntar a todos los nietos un día del niño. Mi hermano era su nieto preferido, sé que principalmente quería que vaya él. Yo tenía alrededor de once años. Estaba tan entusiasmada y no vino. Mi abuelo lo esperó sentado, me acuerdo que no durmió la siesta esa tarde. No entendía por qué y tenía la necesidad de entender.
Igualmente, sabía que ahora iba a llegar. Escuché la puerta de un auto que se cerró en la puerta de mi casa y predije inmediatamente el ruido del timbre.
¿Iba a encontrar respuestas a mis preguntas? ¿Iba a comenzar a entender?
Despegamos de Aldo Bonzi donde ambos vivimos toda la vida. Claro que en casas separadas. Nos separa una distancia de aproximadamente 10 cuadras y pensar que a pesar de nuestra cercanía no nos veíamos tan seguido. Gracias a eso es por qué explico mi condición de hija única. “Tengo un hermano, pero soy hija única.” Siempre dije eso porque nunca me crié con un hermano. Aunque lo tenga. Él es hijo del primer matrimonio de mi papá. Nos llevamos veinte años, es decir que cuando yo nací él tenía mi edad. Ahora me imagino lo difícil que debe ser tener un hermano después de 20 años de ser el único. Y encima un hermano con el que sólo compartís el padre y no la madre.
Subimos al auto que nos permitió recrear esa metáfora que construimos en un encuentro anterior: “Obviamente estamos en un mismo micro. Ahora estamos sentados al lado y en otro momento estábamos en otra punta.”[3] En el auto él manejó y yo fui su acompañante.
Rápidamente me explicó el recorrido que íbamos a hacer. Sé que disfrutó el momento del despegue de su ciudad natal para encontrarse con otra cosa, al menos por obligación. Sonaba música brasilera de fondo en la radio y había un rayo de sol que no me dejaba ver del todo.
“Vamos a ir a Puerto Madero a entregar una carpeta, después a Once y por último a Flores. Te traigo acá y yo después sigo.” No me esperaba ese recorrido, pero me pareció buenísimo.
En la autopista el sol ya se había ido y el paisaje estaba bastante confuso y desdibujado a causa de la niebla. Mi hermano ya había sacado su caja de Marlboro y tenía su primer cigarrillo en la boca. El humo se perdía por la ventanilla en la niebla.
Dentro del auto él tiene su hábitat. En la parte de atrás hay un conjunto de agendas, papeles que me decía que tenía que ordenar.
Eran las 10:30 y ya habíamos llegado a Puerto Madero. Teníamos que estacionar y no encontrábamos dónde. Dimos muchas vueltas. Por el parabrisas veía varios edificios construyéndose. Actualmente esta es una zona de muchos andamios y restaurantes. Era un paisaje muy gris y el clima ayudaba a que parezca más gris. Será que me gustan los colores. Me acuerdo una de las primeras veces en las que empezamos a vernos más seguido, que no sé por qué terminamos en la Boca con mi papá y él. Él había dicho que le gustaría vivir en La Boca. ¿Será por los colores?
Seguimos dando vueltas buscando un lugar para estacionar, y el gris no era lo nuestro se ve.
-¿Viste que acá todas las calles tienen nombres de mujeres? Me comentó. No me había dado cuenta, y siguiendo el nombre de estas mujeres encontramos estacionamiento. Él ya tenía experiencia con los nombres de mujer…
Hacía frío y estaba muy nublado, pero al menos ya no tenía ese rayo de sol que me molestaba en nuestro despegue y estaba mucho más cómoda.
Entramos en un edificio con un sistema de seguridad bastante molesto. Sólo teníamos que dejar una carpeta. El “hombre de seguridad” de la recepción le preguntó su apellido.
- Catanzariti.
- Catanzariti, Domingo ¿no?
- Sí, parece que ya vine acá.
Como dije anteriormente él lleva el nombre de mi abuelo. Aunque todos lo conocen como “Mingo” a secas. Mi papá quiso seguir esa famosa costumbre italiana de ponerle a su primer hijo varón el nombre de su padre. No sé si él habrá estado muy conforme durante su infancia con su nombre. Pero la cosa es que para mí el apodo “Mingo” me permite reconocerlo, tiene personalidad. Cuando me preguntan por él y lo mencionan así, lo primero que se me viene a la cabeza es él, su bajo blanco y su cigarrillo en la boca.
Yo también seguí la misma suerte de usar el nombre de mis abuelas, como para no romper con la tradición. En eso coincidimos. Aunque ese nombre quedó en segundo lugar, y, por suerte, él tuvo la decisión de elegir cómo me llamarían toda mi vida y qué palabra acompañaría a nuestro apellido en mi DNI. Digo por suerte porque me gusta mi nombre. Laura. Él ya tenía experiencia en nombres de mujer…
Luego de sacarse una foto, me quedé esperando para ahorrar el trámite de que dos Catanzaritis queden registrados y fotografiados en la computadora de quién sabe qué empresa sólo para estar ahí dos minutos y entregar una carpeta. Finalmente salimos y me dice: “ahora vamos a hacer algo más bueno.” Nos subimos de nuevo al Corsa bordó mezclado con el gris de la tierra que tenía por fuera en donde se veía una inscripción que decía “lavame sucio” que me causó gracia y emprendimos nuestro viaje en búsqueda de un pantalón.
* * *
Yo tuve un hermano
que iba por los montes
mientras yo dormía.

El paisaje se veía gris todavía y yo seguía a su lado, como habíamos hablado aquella vez. Eran alrededor de las 11 AM y había mucho ruido de autos y colectivos. El viaje hasta Once se hacía largo, pero no por eso menos entretenido.
-“Ahora cuando lleguemos haceme acordar que tengo que comprar una porra para el jardín de Fede.” Me dijo.
Fede es su hijo, mi sobrino. Tema infaltable en nuestras charlas. Es un buen punto de unión. Cuando él nació nos empezamos a ver más seguido.
Antes, cuando estábamos distanciados, siempre tuve ganas de abrazar a mi hermano. Había una foto que siempre miraba. Una foto de la que no recordaba nada y hace relativamente poco apareció en el living de mi casa. Siempre la miraba como irreconocible. Estábamos los cuatro posando: mi papá, mi mamá, él con el pelo más largo y rulos que abundaban en su cabeza, su cara llena de barba alzándome a mí que tenía cara de asombro, supongo que porque me habrá llamado la atención el fotógrafo. Atrás se veía la iglesia de Luján y yo llevaba puesto un gorro del Club Atlético Boca Juniors que por lo que sé me lo regaló él ese día. Se notaba que todos teníamos muchos años menos encima.
Averigüé con mi mamá si se acordaba de ese día. Me contó que era un domingo nublado y un poco lluvioso (parecido al clima que estábamos teniendo en ese momento), y mi papá lo invitó a ir pensando que no vendría pero apareció con las facturas. Viajamos en la Lujanera, un servicio de la línea 52 que se hacía en ese entonces y que iba casualmente de Once (hacia donde nos dirigíamos en este momento) a Luján. Durante el viaje tomaron mate, costumbre típica argentina con la finalidad de compartir. Me di cuenta que antes también viajamos uno al lado del otro compartiendo, ya habíamos vivido la metáfora del micro y la prueba estaba en la foto. Hicimos el típico recorrido que se hace allá, fuimos a comer a un recreo en el cual había un músico y mi mamá recuerda que se reían porque yo me senté delante de él y lo miraba fijo. Creo que a veces hago eso también hoy en día cuando lo voy a ver tocar a Mingo. Después me llevó a pasear por el lugar y ahí fue cuando me compró el gorro. Antes de volver nos sacamos la foto. Y yo con dos años y sin recordarlo lo abrazaba, sin ninguna vergüenza.
Durante el tiempo que estuvimos distanciados no sé si lo abracé. O al menos sigo sin recordar ningún abrazo, pero sí recuerdo el primero que le di después de tanto tiempo. Un abrazo con ganas. Un 8 de junio de 2005. El día que nació Fede. A eso voy con lo de punto de unión.
Seguimos charlando, metidos en el medio del tráfico. Muy atrás había quedado ese despegue que lo motiva tanto en sus viajes y seguimos avanzando.
-“Quiero un pantalón negro, de corderoy sin rayas” ¿De corderoy sin rayas? Pensé y sonreí.
-“No lo consigo por ningún lado, pero me dijeron que lo que yo busco es un pantalón de pana. Y me da un poco de vergüenza decir que quiero ese pantalón.” Se rió y me reí. Seguía al tráfico.
Me comentó que estábamos cerca de dónde él hacía terapia. Me sorprendí porque no sabía que seguía haciendo. Seguimos avanzando y se prendió un cigarrillo. El tráfico era más fluido. Le pregunté qué lo hizo ir a un psicólogo y me dijo que cuando el tuvo hepatitis C, empezó. Yo creo acordarme de esa época, aunque no entendía cuán grave era su enfermedad. El tema es que ahí empezó y hoy en día sigue. Entre charlas sobre terapias y psicólogos (tema que creo que le interesa porque una vez empezó a estudiar psicología) me empecé a dar cuenta que coincidíamos en puntos de vista sobre el mundo y en nuestra personalidad. Conversamos respecto a la gente, las adicciones (yo a la comida, él al tabaco), etc. Nos conocimos un poco más. Ambos coincidimos en la importancia de la conversación.
-“Y así empezamos con Gisela.” Me dijo.
- ¿”Cómo? Nunca me contaste bien cómo se conocieron.”
Gisela es su compañera de vida, la mamá de Fede. Hace 17 años que están juntos pero para él se pasaron intensos, rapidísimos. Se conocieron aproximadamente en la época que fuimos a pasear a Luján, me imagino. Ella era amiga de la novia de ese entonces de un amigo de él, pero al principio no pasó nada. Luego cuando él se decidió a terminar el secundario y le quedaba por rendir una materia, ella lo preparó. Se juntaban todos los días en una pizzería de Tapiales en donde se la pasaban conversando. Y así se dio todo.
Finalmente, llegamos a Once. Pasamos por un cotillón, compramos la porra. Había mucha gente. Telas, señores con sombreros y mucha barba y en la Avenida Corrientes muchos autos pasaban por ahí. Había un viento frío. Otro cigarrillo prendido.
Esta iba a ser la primera vez que lo acompañaba a comprar algo. Consiguió su pantalón de pana, aunque primero lo pidió como “corderoy sin rayas.” Le quedaba bastante bien, aunque no sé porqué lo quería teñir con anilina negra. Seguimos viaje.

* * *
Lo quiero a mi modo
le tomé su voz
libre como el agua.
Otra vez abrochándonos el cinturón de seguridad. Nos acercamos a un barrio de menos edificios y más casas bajas. La radio seguía de fondo. Estábamos cerca de Boedo, pero creo que aún no me ubicaba.
-“¿Viste en donde estamos? En la esquina Homero Manzi” No sé si en mi cabeza o materialicé mi pensamiento en sustancia fónica, pero recordé los primeros versos del tango Sur. San Juan y Boedo antigua… Sur, paredón y después. ¿Qué habría después? Él sabía que me iba a dar cuenta de eso. Me gusta mucho el tango, a él también le gusta, no sé si mucho pero le gusta. Hace un tiempo me había comentado que su tango favorito era “El día que me quieras”… y que le gustaba la Fernández Fierro[4]. Nos estábamos encontrando.
Comimos y alrededor de las 13 horas salimos de ahí, en busca de un kiosco para comprar cigarrillos. Me dijo que él más o menos conoce esa zona. Creo que era porque le gustaba. Me preguntó si quería algo dulce y le dije que no. Me acordé de una de nuestras primeras salidas cuando yo tenía alrededor de 15 años que fuimos a un homenaje de un jugador a la cancha de Boca. Era la primera vez que iba, y encima la primera vez que salía con él, al menos para mi memoria. No me acuerdo mucho del día, pero sí me quedó grabado que me compró una caja de maní con chocolate que aún tengo guardada y la transformé en amuleto por eso.
De ahí nos fuimos a Flores, y estacionamos en un lugar para hacer tiempo. Cuando habíamos estado en Once, me dio un par de entradas para que lo vaya a ver al día siguiente que tocaba.
Él con la música no tiene distancias. Toca en su banda desde los 13 años, empezaron ensayando en lo que hoy es mi dormitorio. Cosas de la vida ¿no? Es algo que disfruta, y se nota cuando habla de eso. Ahí no tiene ningún tipo de presiones y si las hay las disfruta. Sensación de libertad, sentir como si nada hubiese pasado. La música es un viaje para él.
Su banda se llama los Pérez García. Empezaron siendo tres, empezaron con otro nombre, cambiaron de integrantes, son conocidos donde vivimos. Sacaron tres discos. Me acuerdo que cuando tenían el primero, un día fui a la casa creo que a saludarlo por el cumpleaños y me regaló uno. Qué felicidad que tenía. Cuando vino el segundo, fui a verlo a un lugar en Palermo donde lo presentaron. Y hoy en día voy con mis amigos. “Me encanta que vengas a lo shows, es algo muy groso. Está mi hermana ahí, yo ya tocaba cuando ella nació y ella está ahí.”[5] De eso me enteré hace poco. Y estoy acá y ahí también.

* * *
Caminé de a ratos
cerca de su sombra
no nos vimos nunca
pero no importaba.
Me quedé sola. Él se fue a hacer su trabajo y me dejó con cierto temor en el auto. No sabía si dejar la llave o no. “Me llevo la llave, así no te llevan a ningún lado” me dijo. Yo me iba a quedar ahí.
No hay humo de cigarrillo y estoy acá, ocupando este lugar, no, no, mejor digo compartiéndolo. Compartir el mismo viaje que empezó hace 19 años, que empezó esta mañana, que despegamos de Aldo Bonzi. Y ahora estoy sola pensando todo esto, sabiendo que por mucho tiempo ambos estuvimos solos, pero sabíamos que estaba el otro, sentíamos las distancias, él pensaba que tenía la vida resuelta por un lado y hay cosas que estaban y eran. Él estaba trabajando, yo en su auto; él estaba entendiendo lo que era la adultez, yo jugando con mis muñecas; él con su música, yo interesándome recién por la mía; el estaba sufriendo y yo no lo sabía. ¡¿Por qué no lo sabía?! Si yo siempre lo quise y no entendía por qué no estaba ahí y no podía saberlo. Ahora lo entiendo. Nos separaban kilómetros. No entendía, no entendía y por alguna razón todos me preguntaban por él y no me molestaba eso, me dolía no saber qué responder porque no lo sabía y quería saber. Me enojé, mucho, muchísimo, no podés obligar a alguien a que te quiera me decían y ¡no! Trate de convencerme de eso pero sabía que no era así, que es mi hermano y si yo lo quería y lo extrañaba ¿por qué él no?, aunque no éramos el estereotipo de hermanos que todos tenemos en la cabeza. Es mi hermano.
Yo estoy acá junto a él, aunque ahora esté sola, lo estoy esperando, siguiendo, acompañando. Estoy acá después de casi 20 años de viaje, después de un día de viaje, nos quedamos dormidos unos cuántos kilómetros y estamos acá, porque no agarramos rutas diferentes, sólo nos quedamos dormidos, estamos acá. Juntos. Y sé que va a haber más camino porque realmente vale la pena. Lo quiero mucho y lo entiendo, porque es un poco yo, porque mira parecido a mí, porque vive su vida como a mi me gustaría vivir, porque si las distancias aparecen yo ya sé construir puentes, porque lo sigo conociendo y me encanta, porque lo escucho y me sorprendo, porque aunque no esté yo sigo oliendo el humo de su cigarrillo, porque él ahora me enseña, y yo también a él. Ya no hay más distancias, no las siento y él tampoco. Se volvió a subir al auto.
Mi hermano despierto
mientras yo dormía.
Mi hermano mostrándome
detrás de la noche
su estrella elegida.
Ahora se terminaba nuestro día, nuestro viaje, volvíamos al lugar de partida, previo café en una YPF del medio de la autopista. Y conseguí lo que quería: avanzar un poco más. “La lección vale para cualquier viaje, que sólo puede lograrse si el viajero que va en busca del Otro llega a identificarse con él.”[6]. Creo que así fue.
[1] Lo del colectivo se refiere al cuento que escribí a partir de la entrevista, no tiene título aún.
[2] Estrofas de un poema de Julio Cortázar dedicado al Che Guevara titulado “Yo tuve un hermano” (1967). Hice algunas modificaciones en los tiempos verbales del poema.
[3] Fragmento desgrabado de la entrevista.
[4] Orquesta típica de tango
[5] Fragmento desgrabado de la entrevista.
[6] Fragmento de “El viajero y su búsqueda” de Jaques Brosse.

jueves, 10 de julio de 2008

Todos los días a la misma hora. El mismo recorrido. El mismo colectivo de la línea 56. La cantidad de gente. La misma gente. La gente. Las señoras con tacos, pidiendo el asiento. Qué bronca le daba. Los señores con traje. Lo nenes con guardapolvo o uniforme. Los demás, que siempre van a algún lado pero ella no sabía a dónde, y en su cabeza se creaba historias de cada uno que veía subir.
Solía tener una musiquita que la acompañaba todo recorrido, una musiquita interna. Tal vez era Spinetta, no es seguro. Y su libro Cortázar todo marcado, y escrito, y los tipos mayores de 40 años que a veces le clavaban la mirada mientras leía. Pensaba mucho. Demasiado. No entendía por qué las distancias. Ni tenía idea dónde terminaba el recorrido, no entendía porque algunos se bajaban antes y otros después. No entendía el significado de la palabra colectivo. Muchas personas juntas, ninguna se conocía. Siempre se sentaba atrás, para ver el paisaje de carne y huesos, y sus caras de cansancio.
Del otro lado estaba él. Siempre lo veía y lo miraba con cariño. Se preguntaba dónde subiría porque cada vez que subía, él ya estaba sentado, con cara de ansiedad por llegar. Siempre quiso hablarle, pero había gente en el medio. Gente malhumorada, los tacos.
Él quería escapar, le molestaba mucho tener que sentarse todos los días en el mismo asiento del mismo colectivo del mismo recorrido de la misma línea de las mismas caras del mismo todo. Le molestaba que vehículo pare a cada rato. Quería que despegue. O que se rompa o que choque, algo que lo lleve a la aventura. No tenía un asiento fijo en el cual sentarse pero había probado todos o casi todos, o al menos más que ella, qué sólo le importaba sentarse atrás y no veía nada más. Él ya había encontrado su lugar perfecto, y no quería volver a probar los otros asientos. En este podía ver por la ventanilla, y dormir. Hoy intentaba eso, pero ella, subió rápido porque tuvo que correr el colectivo y se sentó al lado de él. Lo despertó y empezó a hablarle, sabía que él le daría la respuesta a sus pensamientos.
-Al fin nos sentamos juntos. Le dijo
- Sí, vos viajás todos los días acá, ¿no? Le respondió con cierta actitud insegura.
- Sí, por suerte o por desgracia. Pero veo que vos tenés más tiempo que yo en esto.
- Sí, muchos kilómetros acá arriba.
Pasaron dos horas, y no se dieron cuenta que el viaje continuó más de lo normal. Hablaban y hablaban. De repente subió chico de unos 19 años, vendiendo discos “truchos” con un grabador, y haciéndolos sonar. Se escuchaba, de fondo algún tema de Calamaro, esos viejos de la década de los 80. Ella lo tarareaba en su interior y él cantaba. Se miraban y se reían y a pesar que se llevaban veinte años, parecía que no había distancias.
De repente, el paisaje que se iba para atrás y era devorado por la ventanilla quedó en su lugar. Alguien puso pausa. La imagen externa se volvió helada. Se paró el tiempo.
Las personas empezaron a insultar. -¿Hay que bajarse? Exclamó un joven abriendo sus ojos y sacándose los aparatitos de sus oídos. La gente, apesadumbrada comenzó a descender para reacomodarse en otros colectivos. “Bajen todos, me quedé sin motor” exclamó el chofer, con una voz que expresaba su cansancio. El cansancio de toda una vida y mucho viaje.
Entre ellos se rompió algo. Un motor que dejó de funcionar, los arrancó de sus asientos. Bajaron entre medio de todos y se sentaron en el cordón. Sabían que iban a tener un largo rato ahí. Él buscó desesperadamente su caja de Marlboro, y ella miró a su alrededor, en especial al chofer, con quién se saludaban todos los días amablemente.
Todavía no pasaron más de dos horas. Ni siquiera un minuto más. La conversación fluida de ambos se volvió monótona. Mientras el fumaba, y ella agarraba algo para leer, se pusieron a mirar el colectivo que tenía la puerta de atrás abierta, y a su lado el colectivero intentando parar a sus compañeros para reacomodar a los pasajeros. Pero nadie paraba. De fondo, en un bar se escuchaba el partido de boca. Seguían mirando el colectivo pero cada con más atención. ¿Cómo podían ir todos juntos, y entre cada uno había un destino diferente?
Él le dijo que pesar que quería llegar le gustaba esa situación, algo que lo saque de su vida habitual por un rato, pero que no podía parar de mirar al colectivo. Ella le dijo que estaba pensando en el chofer, y se había dado cuenta que él tenía dos destinos, el de partida que después se convertiría en llegada y viceversa. Le daba lástima ver su cara de sufrimiento por el motor. Ella no entendía y él la entendía.
De pronto, el chofer anunció que venía otro 56. Repleto. Se apuraron a subir. Ella se quedó abajo, mirando. Y él la saludo desde la ventanilla. Iba a llegar más rápido. Ella iba a llegar. Él la observó. Quería recordar cada detalle. El color de su remera, su libro marcado, su pelo, su mirada, su silueta, la imagen difusa. Ahora un punto.

lunes, 16 de junio de 2008

Puente II

Pasó una noche y un texto desde lo que pensé ayer sobre la escritura como puente. Hoy me puse a leer Fronteras, naciones, identidades que está en el cuadernillo del territorio de Misiones y casualmente, se habla del puente, de las fronteras entre Misiones y Paraguay.
“Fin de las fronteras”, geográficas. En mi caso, fin de las fronteras entre mi interior y mi exterior (en relación a la escritura). ¿Será cierto? “El puente se convirtió así en un escenario clave de disputas internacionales, donde se conjugaron dimensiones étnicas, de clase y género.” La escritura como puente también será un escenario de disputas. Ahora, me resuenan las palabras “escribir es meterse en problemas”, ¿será siempre posible llegar al final del puente? ¿Por qué están tan separadas las fronteras? Me lo pregunto porque a pesar de ser una continuación de tierra, o continuación de uno mismo, siempre hay claras diferencias.
El texto cita a un tal Peyret quien construye diferencias entre los argentinos y paraguayos: los primeros civilizados, los segundos en la barbarie. De esta manera, una línea imaginaria, un río, un trazo que separa un mapa construye diferencias. Y es sólo una línea. Después se construye el puente. Para superar estos obstáculos. La escritura, para superar estos obstáculos también: la frontera entre el propio mundo interno y el externo.
Y me pongo a pensar, qué pasa si hay conflicto en el puente (escritura). “Es el primer corte de puente motivado por el puente mismo.”; “Los cortes de puente constituyen la dimensión visible de un conflicto irresuelto y profundo, y ponen en escena en los medios de comunicación una verdadera disputa de intereses y defensa de la dignidad nacional.” Lo mismo pasa en la escritura, cuando hay conflicto, éste se puede volver totalmente visible, porque el conflicto está en poder transformar en externo lo interno.
“Se realizó el corte más prolongado del puente, quedando interrumpido el tránsito durante ocho horas.” También pasa en la escritura, cuando se la bloquea uno puede escribir algo por horas, días, meses y años. Y no terminarlo. No poder pasar el puente: No encontrar la forma de poder sintetizar de manera clara algo que se va a leer en minutos y que quizás costó años. Hay una distancia temporal. “El tiempo es la distancia más larga entre dos caminos”. Y quizás, pase al revés, quizás yo escriba esto ahora en pocos minutos y nadie lo comprenda, nadie comprenda en años lo que yo escribí en minutos. Pero, a pesar de eso, me estoy dando cuenta que esa es la gracia del escritor, poder superar los bloqueos, el tiempo, para poder llegar a destino, y por tal motivo son necesarios los bloqueos en el puente porque nos ponen a prueba y aprendemos y hasta incluso, como ahora, escribimos sobre ellos. Hay que intentar unir los dos mundos: Argentina-Paraguay, interno-externo, historia uno-historia dos, civilización-barbarie. Es una forma de borrar estas fronteras. Y para eso escribimos, como dice el texto, los periodistas se transformaron en “guardias de fronteras”, tenemos que observar todo el tiempo estos límites, producir una “patria con palabras”, aunque no me gusta mucho el término patria, sino más bien yo diría producir una integración con palabras y no hacer que la escritura o el puente según el caso se conviertan en algo que separe, un obstáculo como creía antes.
Los escritores son como las paseras que trabajan y viven de la frontera: “las paseras y los taxistas desarrollan un trabajo que es exclusivamente consecuencia de esa fabricación cotidiana de la frontera.” La tarea del escritor es intentar todo el tiempo que dos universos, fronteras o límites entren en comunión. Por eso, al igual que las paseras, el escritor vive de las fronteras y los límites porque habla sobre ellos, juega con ellos, éstos les generan problemas, los dejan atascados en el puente. Si el que escribe, por obligación o por placer, no se anima (quizás por pereza) a convivir con los problemas que genera el escribir, puede hacer que el puente que tenía que integrar, termine “separando dos orillas”.

domingo, 15 de junio de 2008

Puente

Tengo que escribir el cuento, pero no encuentro el momento para hacerlo. No porque no lo tenga, sino porque no sé, no me siento cómoda para escribir. Y tengo algo en la cabeza pero tampoco me convence y creo que eso es también un poco el problema.
Igualmente, a pesar de haber dicho que iba a abandonar momentáneamente a Cortázar porque mi fanatismo, por así llamarlo, me estaba limitando, decidí ver finalmente una entrevista que hizo, que a veces pasan en Canal Encuentro, completa. Siempre la vi fragmentada, no sé por qué. El tema es que tenía ganas de verla, porque últimamente estoy escribiendo bastante. Cosa bastante rara, porque no suelo escribir mucho durante mucho tiempo, y sin que nadie me incite a que lo haga. El tema es que escribo cosas sin forma. ¿Y esto que tiene que ver con la entrevista? Me acordé de las formas, me acordé de cómo escribe él, me acordé que un unos de los fragmentos que ví, hablaba que el él escribía cuando te tenía ganas, no era profesional con eso, ni disciplinado.
Entonces, decidí verla, por un lado porque volví a leer cosas suyas, sin cumplir mi “promesa”, por el otro porque me acordé justo de eso y de que tengo que escribir el cuento, y también porque tenía ganas y punto. Pero la cosa es que sin pensar demasiado, saqué cosas que me parecieron importantes a la hora de escribir.
Todo está en nosotros, mostrar las cosas del otro lado, la propia noción del estilo, posibilidad de múltiple lectura de un texto, interpretación diferente, motivación de la escritura, no noción de horario, sin disciplina, de alguna manera el cuento ya está escrito, fantasía, realidad, seguridad, .
Toda esta enumeración fue más o menos lo que rescaté. No tengo ganas de explicarla pero sí me puso a pensar bastante. Hoy conversamos en mi casa, sobre las interpretaciones que cada uno tiene de diferentes cuentos. No es un tema recurrente, pero a partir de algo que había escrito empezamos a hablar sobre eso. Fue medio raro. Cuando vi la entrevista hace un ratito, Cortázar decía que esa multiplicidad de lecturas era fascinante. Y dijo algo que me quedó resonando en la cabeza: “el libro continuaba en la vida”.
Hace un tiempo, había escrito algo acá, en relación a que veía la escritura como un obstáculo. Es decir, tenía que escribir y no sabía qué ni cómo y eso me trababa. Leía las crónicas y me daban ganas de hacer una, pero también me sentía trabada. Ahora en este momento, estoy pensando a la escritura como puente. Desde interior al exterior. Es decir, escribimos a partir de nosotros, de lo que vemos, sentimos, percibimos. Pero siempre a partir de nosotros. Cuando estamos en el momento de objetivar todo lo anterior pasamos por el puente. Luego eso queda ahí, de forma material, es una proyección como todo,
y después continúa en la vida, como dijo Julio. Hoy me pasó un poco eso, y los últimos días también. Me di cuenta de cómo a partir de lo que escribí, a partir del puente, se pudo seguir reflexionando sobre eso, en diferentes ocasiones, porque fueron totalmente distintitas y eso me gustó, me hizo sentir cómoda aunque a veces incómoda también. Y a pesar que yo también reflexiono todo el tiempo sobre objetivaciones ajenas, ya sea escritura, habla, imagen, película, música, no me había dado cuenta de esa continuación en la vida”, sino más bien que para mí eran dos cosas diferentes. Para mí escribir, por ejemplo, me sacaba un rato de la vida y no me dejaba vivirla (como cuando quise escribir esa bitácora de mis vacaciones y no me salió), ahora no digo que no pase eso, pero sí sostengo que aunque la escritura pueda ser considerada como el fin de algo que empezó adentro nuestro, también puede servir de punto de partida para otras cosas, o quizás no.
No tengo todavía claro todo esto, porque lo estoy pensando en este momento, y creo que se nota.

martes, 27 de mayo de 2008

Bordó

Esa mañana me aterré. Cuando me fui a lavar la cara, levanté mis manos y estaban sangrando. Todas cortadas y chorreaban sangre. No sabía qué hacer. Me lavaba las manos y seguían sangrando.
Ardor. Mucho ardor. Una hora de ardor. Dolor quizás, pero me ardía más. Así estuve dando vueltas por mi casa chorreando la sangre que salía de mis manos. Sabía que si llamaba al médico iba a manchar el teléfono que era nuevo (lo cual traería un problema) y no quería dejar marcas de mi hemorragia. Si mi familia se enterara se desesperaría. Pero no deseaba tampoco eso. Tranquila y despacio fui a buscar un trapo a la cocina, que rápidamente se tiñó de rojo. Lo peor de todo es que siempre me dio impresión la sangre, desde chica. Cuando me voy a hacer un análisis de rutina, las enfermeras se ríen porque miro para otro lado cual niña que le tiene miedo al pinchazo. Pero no le temo al pinchazo, sino a la sangre, no me gusta verla. Es muy… bordó. Pero ellas, las enfermeras, se sienten tan poderosas por tener su aguja en mano, y los trajes blancos. Por supuesto, sus guardapolvos no se tiñen de colorado como mi trapo.
Seguí dando vueltas, pero me di cuenta de algo. Algo que me aterraba hace mucho y que me exasperaba más que el ardor del momento. Me estaba vaciando. El sangrado no cesaba y yo me vaciaba, me quedaba sin nada adentro, me estaba convirtiendo en un cuerpo sin llenar. ¿Y ahora cómo me llenaba? Si tomaba agua después la iba a orinar, no era lo mismo. Necesitaba buscar la forma de llenarme. No quería ni llorar, porque las lágrimas iban a acelerar el proceso de vaciamiento. No quería vaciarme, porque la sangre era un poco yo, y ahora una parte de mi iba estar ensuciando la casa y después se iba a secar y alguien la iba a limpiar; y yo me quedaba vacía. Y en este marco, mi sangre pintaba el ambiente.
El vacío ya era grande, necesitaba hacer algo. Decidí pedir ayuda médica. Agarré teléfono, que finalmente terminó machado. Y llamé. No sabía qué decir, para que el médico me entendiera. Si decía “doctor, me estoy vaciando” seguro me respondería “llénese” o “debe estar anémica vaya a hacerse un análisis de sangre”. Ya había mucha desparramada para analizar, si pasaba eso. Pero al fin y al cabo me atendió su secretaria y me dijo que no estaba, que si quería que pidiera un turno. Yo le comenté que era una emergencia, que lo tenía que encontrar. Pum. Me cortó. Estaba un litro más vacía.
Amigos, tenía que recurrir a ellos. Yo siempre estoy para ayudarlos cuando me vienen con sus dramas de mal de amores, familias, estudios, etc. Si les explicaba lo que me pasaba seguramente iban a venir a salvarme y llevarme a algún lugar donde me pudieran curar y llenar. Llamé al primero. No atendía nadie. Llamé al segundo, me daba ocupado. El tercero, me atendió la madre y me dijo que se estaba bañando. El cuarto, finalmente me atendió.
-Hola, tenés una voz rara, ¿qué te pasa?- Me preguntó con cierto tono de voz que indicaba preocupación.
- Me sangran las manos, no sé que hacer- Respondí.
- Dale, vos siempre con tus chistes, ¿cómo te van a sangran las manos?-
-Sí, me estoy vaciando.
Me dijo que no sabía que hacer, que tendría que consultar a alguien que sepa. Me dio a entender que me estaba volviendo loca, pero me seguía vaciando. Mi cuerpo cada vez respondía menos. Estaba pálida, algo mareada. Mis amigos no atendían, ni me entendían. Eso me vaciaba más.
Empecé a pensar el por qué de las cortaduras en mis manos y por qué mi sangre se iba de mi cuerpo. Yo siempre cuidé tanto mis manos, tengo algún que otro callo por la lapicera. Nunca tuve las uñas largas porque toda mi vida toqué el piano. Tengo manos resistentes por eso, manos que tienen que tener la fuerza suficiente para tocar las teclas en invierno cuando estaban heladas. Para destrabarlas cuando el piano estaba desafinado. Manos que se quemaron varias veces con agua caliente. Debían resistir cualquier cosa, y no convertirse en un orificio donde mi sangre pudiera evacuar con tanta velocidad.
Debo ser sincera, yo ya veía alguna que otra cortadura en ellas, pero no le di mucha importancia. Nunca pensé que iba a pasar esto. A decir verdad las cortaduras eran cada vez más grandes, pero no tenía tiempo para ocuparme de ellas. Las otras partes de mi cuerpo también tenían que funcionar, no podía ocuparme solamente del conjunto de dedos. Sabía que en parte era mi responsabilidad, pero odiaba tener que admitirlo. Quería echar culpas. Pero no tenía a quien, y el vacío me estaba haciendo perder fuerzas.
Finalmente me vacié. Completamente. El sangrado cesó, y ahora ando sin nada adentro. Un médico me trataría de loca y me mandaría al psiquiatra, me diría que sangre tengo. Sí, debo tenerla, pero ando por la vida vacía. Eso sólo yo lo sé.

viernes, 23 de mayo de 2008

Cata-cata-ratas

Todavía no había vuelto del sur (y aún no lo hice) y ya estaba planeando mi próximo viaje. Quería conocer las cataratas, todo el mundo me había dicho que el agua que a caía, lo hacía de tal forma, que te salpicaba en la cara y las gotas funcionaban de lágrimas. No era necesario hacer fuerza para llorar.
“Estoy sacando números, pero sácandolos”, le dije a mi amiga Dana tres semanas antes de irnos. Y así fue, emprendimos nuestro viaje.
Misiones me pareció una provincia copada, a pesar de haberla visto más desde arriba de un micro que desde abajo. Por suerte, y hoy en día puedo decirlo con tanto entusiasmo, el micro se quedó muchas horas. Qué lindo fue esperar con el calor agobiante en el pasto. Estuvo bueno, y si tendría que repetir el viaje, me volvería a quedar en la ruta 14 (creo que es). Cuando leí el texto de Caparrós, no pude evitar acordarme ese viaje. La tierra roja, “es tan espectacular” me decía Flor, una amiga. El verde, las subidas, las bajadas, ese camping copado en el que caímos. La lluviecita, y mis zapatillas que aún hoy siguen coloradas. La tapa de mi termo que se perdió en la selva (y todavía me duele), los turistas, los no turistas, los guaraníes vendiéndote artesanías que las podés encontrar en cualquier parte del país. Por eso lo único que compré fue yerba, aunque después me enteré que esa misma vendían acá. Igualmente los artesanos se hicieron el día con mi amiga.
Me quería tirar por el salto. Cuánta potencia había ahí. Debe ser el mejor lugar para suicidarse.
“El salto –la caída.
El salto fuerza:
el marrón se hace blanco.
La caída.”
Esas palabras resumieron todo lo que sentí en ese momento Agua y mucho agua, que te salpica. Después llovió, como era de esperarse en un clima subtropical, también más agua. Y mates calentitos, en el quincho, nuestra carpa color borgoña. El mejor enchastre.
Al otro día calor, toc toc, yerba, mate, sanguchitos, mochila, y la vuelta a la ciudad. Y hoy este tal Caparrós, me hizo acordar eso y mucho más.
Acá les comparto un poco de mi viaje.

viernes, 2 de mayo de 2008

Primer Manifiesto Surrealista (fragmento)

"Ordenen que les traigan con qué escribir, después de situarse en un lugar que sea lo más propicio posible a la concentración de su espíritu, al repliegue de su espíritu sobre sí mismo. Entren en el estado más pasivo, o receptivo, de que sean capaces. Prescindan de su genio, de su talento, y del genio y el talento de los demás. Digan hasta empaparse que la literatura es uno de los más tristes caminos que llevan a todas partes. Escriban de prisa, sin tema preconcebido, escriban lo suficientemente de prisa para no poder refrenarse, y para no tener la tentación de leer lo escrito. La primera frase se les ocurrirá por sí misma, ya que en cada segundo que pasa hay una frase, extraña a nuestro pensamiento conciente, que desea exteriorizarse."
André Bretón


Uno de mis tantos problemas: el tener que escribir sobre algo determinado, con un sentido determinado. Tengo ideas que fluyen en mi cabeza pero cuando me tengo que poner a escribir, se me pone todo en blanco. O no me gusta lo que escribo, no le encuentro la vuelta.
Justo encontré este fragmento del Manifiesto Surrealista de André Bretón. Creo que seguir un poco lo que dice ayuda. La escritura suele ser un proceso, a veces más largo y otras más corto. Quizás mi problema esté en que quiero volcar ese proceso terminado, salteando los demás pasos. Siguiendo la metáfora del viaje sería como partir y llegar a destino sin haber viajado.
A veces me pasa también, que tengo ganas de escribir y no sé qué. Acá sirve también lo que dice Bretón, hay que empezar a escribir y dejar que lo que estaba en mi cabeza se materialice. No importa si queda desconectado, incoherente. Eso se arregla después. Pero ayuda a escribir.
También hay que permitirse imaginar, hasta donde más se pueda. Ayer encontré y miré un corto por acá (que lo puse al costadito del blog) que se llama El Viaje. Hay que imaginar, viajar hasta donde más se pueda, como lo hacen los nenes. Eso ayuda a escribir. ¿O la escritura ayuda a seguir imaginando? Me quedo con la segunda.

jueves, 1 de mayo de 2008

Crónica Bafici

Salí de mi casa el sábado alrededor de las dos y media de la tarde. Había un sol otoñal, esos que te habilitan a pasear y no a quedarte adentro haciendo nada o en su defecto estudiando. El destino de la salida sería el Festival de Cine Independiente. Me tomé el 56, saludé al conductor y empecé a buscar entre varios asientos vacíos el que esté más atrás así no se lo tenía que dar a nadie. Finalmente terminé en la hilera del fondo al lado de la ventana, tenía una vista perfecta de las cabezas moviéndose según el principio de inercia.
Como no suelo andar mucho sola, esta vez Paula, una de mis mejores amigas, iba a ser mi acompañante. Al igual que siempre que salimos intentamos coincidir en el colectivo. Ella se lo toma unas 10 paradas después. Logramos encontrarnos. A esa altura, el colectivo ya estaba lleno de gente con caras de fin de semana, más relajadas, con ropa de pasear, con sus celulares en las manos enviando mensajes para seguramente avisar que ya estaban en viaje hacia sus destinos. Subió con una sonrisa que acentúa sus hoyuelos, supongo que es por la felicidad que le da tomarse el colectivo correcto. Se acercó a mí, me saludó, hablamos unos instantes. Mencionó algo de un enojo con la vida que necesitaba canalizar en ese momento y me pidió que no le hable por cinco minutos. Paula tiene esas cosas, así que aproveché para anotar algo en el cuaderno que llevo siempre.
Al lado mío había un chico, que me miraba, yo creo que porque le resultaría conocida del barrio. Yo sabía que era el chico que trabajaba en la librería. Así que anoté: “el chico de mi izquierda me está mirando”, se rió –supongo que lo habrá leído- y volteó su cabeza. Creo que le llamó la atención que esté anotando cosas. La gente suele ser curiosa.
El viaje hasta la línea E (Plaza de los Virreyes) se me hizo rápido. El recorrido en subte también. Siempre está bueno tener a alguien con quien hablar mientras tanto. Nos preguntamos ambas si teníamos la referencia de alguna película para ir a ver, yo propuse elegir al azar y luego me empecé a fijar en esos simpáticos y esquemáticos carteles del subte, qué combinación tendríamos que hacer. Sí, el Abasto nos queda bastante a trasmano. Pero por suerte disfruto mucho el viaje en subte. Me gusta pensar que me muevo debajo de la tierra y arriba mío miles de pisadas y de ruedas pasan. Y miro por la ventanilla y veo todo negro. Es muy loco.
Sabía desde que había bajado las escaleras en la primera estación, pasando por las combinaciones hasta llegar a Carlos Gardel, que ya estaba metida en otro mundo. Por tal motivo, no pude evitar pensar y comentarle a Paula ese texto de Beatriz Sarlo, que habíamos leído en la secundaria, en el cual se pensaba a los shoppings como grandes naves espaciales en las que no teníamos referencia del mundo exterior (temperatura, clima, etc.). Ella, telepáticamente pensó lo mismo y mostró de nuevo sus hoyuelos y ambas coincidimos que el hecho de entrar directamente del subte al Abasto era algo “mágico”.
Finalmente, ingresamos. Grandes publicidades a nuestros costados de gente muy linda, o muy rubia, o con muchos ojos celestes. El pasillo que va de la estación a la entrada del abasto parecía un desfile y las publicidades eran el público. Nosotras las mirábamos y ellas nos miraban. Nuevamente me sentí observada. Cuando estábamos adentro, nos sentíamos perdidas. Había mucha gente y el lugar es muy grande. Así que recurrimos a la señalética para buscar los cines.
No teníamos idea qué íbamos a ver, ni si quiera agarramos el programa porque aún no habíamos ubicado el gran stand del Bafici, igualmente aún manteníamos la decisión de elegir al azar. Por suerte, no había mucha gente a esa hora, así que salteamos el largo laberinto de cintas negras para llegar al oscuro lugar donde está la boletería (que da tantas vueltas que la hace inalcanzable) y vimos que teníamos para ver en la próxima hora dos películas. Debíamos elegir por los títulos: una tenía uno más abstracto y otra uno más figurativo. Mientras mostrábamos nuestras libretas para tener los merecidos descuentos en las entradas, optamos por el título “más llamativo”: “El Sueño del perro.”
***
Llegamos tarde. La película no había empezado pero ya se estaban proyectando imágenes. De bajo mío, en hilera había una escalera de luces rojas, y la oscuridad era casi absoluta. Teníamos que seguir el camino iluminado, que en mi opinión no sirve de nada si es para ubicarte. Tenía los pochoclos grandes en la mano –esos que por unos centavos más siempre “conviene” comprar y son un poco más grandes que los grandes- se los pasé a Paula porque pensé que ellos y yo íbamos a terminar viendo la película desde el suelo junto a las simpáticas y tan orientadoras lucecitas.
Afortunadamente, alguien que trabajaba ahí en la sala nos ayudó a ubicarnos con su linterna. Nos sentamos bien adelante del lado derecho, ahí donde nunca nadie elige lugar. Esos lugares están ahí, no para ser elegidos sino a disponibilidad de los impuntuales.
A mi izquierda había un señor de unos 50 años, bien vestido, con un perfume característico de su género, que miraba. Otra vez alguien miraba mi mirada. Creo que le molestaba el ruido que estábamos haciendo. Lo observé y ambos dirigimos nuestros ojos hacia la pantalla.
La película era, para mi gusto, muy lenta. Me llegó a resultar aburrida. Igualmente me hizo recordar un viaje de un fin de semana a San Pedro que hicimos con mi amiga porque había imágenes de un río que creo que era el Paraná. Se lo comenté y asintió con su cabeza sin dejar de mirar la proyección e intentando situarse en ella.
Empecé a observar a mí alrededor. Había gente que dormitaba. Paula comía pochochos casi adictivamente. El señor de al lado nos seguía viendo. Tenía ganas de ofrecerle pochoclos, porque su mirada no me incomodaba, de hecho, yo también lo miraba y mi amiga me decía que deje de hacerlo.
Destapaba mi muñeca a cada rato para ver la hora, quería que termine la película ya pero no quería levantarme antes. Mucha gente lo estaba haciendo, por lo que me dio la sensación de que no era la única que se estaba aburriendo.
Paula seguía comiendo pochoclos. En un momento me dijo “basta” y los puso en el piso. Pero siguió agarrándolos de ahí y nos empezamos a reír. Creo que estuvimos así hasta el fin de la película.
“-¿Aplaudimos?”, me preguntó. “No creo que a nadie le haya gustado.” Empezaron los aplausos acompañados con caras de satisfacción, de seguridad, de contemplación. No lo podía entender. Antes dormían. Ahora aplaudían. Creo que eso es un poco de lo que tiene el cine independiente.
Se prendieron las luces, y preferimos quedarnos sentadas porque estábamos cómodas. Eran muy suaves las butacas. Nuestro señor ya se había ido.
Afuera de la sala, se juntaron muchas personas amontonadas con papelitos blancos en las manos y lapiceras. Me exasperan los tumultos de gente, me siento ahogada, asfixiada. Busqué la primera salida que encontré que me condujo a una rampa y escapé por ahí.
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Después de la película quedé o quedamos, mejor dicho, embobadas. Tontas. Un conjunto de barbudos por todas partes. Debo aclarar que tengo cierto fetiche con los barbudos. Y ahí estaban ellos, con barbas de todos los colores y tamaños. Para elegir y degustar.
Era un conjunto de esnobs, que en su mayoría caminan en grupo. Andaban así, medios perdidos por la vida. Con su mirada a cualquier lugar, no te registran. No me observaban. Pero por otro lado me molestan, son soberbios, caminan empujando al aire. Por suerte estaba con Paula, que tenemos un gusto muy parecido. Sólo que ella los prefiere más maduros. De hecho, en un momento quedó impactada por un señor que se parecía a Padro Aznar, su amor imposible.
Nos sentamos en los banquitos que están en el primer piso a ser de espectadoras de una gran vidriera de gente linda. Nos convertimos en las publicidades de la entrada y ahora nosotras observábamos como si estuviéramos pintadas. En ese momento me sentí una tonta. Ahora que escribo esto me siento igual. Miraba gente en exhibición.
Me llamó la atención la cantidad de cintas rojas que sostenían credenciales de prensa. Eso también se mostraba. Podía sentir cierta sensación de poder de quien las llevaba colgando. Yo también quería una para que ella me sacara a pasear por el Abasto y se luzca conmigo. Empecé a jugar mentalmente. Siempre hago juegos solitarios, será porque soy hija única. El juego consistía en contar cuántas cintas rojas encontraba. Vi como diez hasta que me distraje hablando con Paula sobre la cantidad de gente que ingresó en ese momento. Todos iban al stand del Bafici a buscar sus programas con tapas celestes y leían sobre lo que podían ver. Cosa que tendríamos que haber hecho nosotras desde un principio y no elegir tan al azar. Igualmente, casi todos hacían lo mismo: ponían cara de leer atentamente, comentaban unas pocas palabras con su par y decían “bueno vamos a ver qué hay” (sé exactamente las palabras porque mi amiga sabe leer los labios casi a la perfección). Estuvimos sentadas ahí más de una hora. Pensamos en la idea de hacer un happening, aunque no sabíamos cómo. Pero sí había mucha gente como para hacerlo y de hecho, por mi experiencia podía decir que también había mucha para observarlo. A la gente le gusta ver. Todo el tiempo. Miran y se miran. Van a un festival a ver cine independiente y ser parte de otra película, de otro mundo. Somos actores, aunque anónimos, hasta para la persona que tenemos al lado. Los protagonistas son nuestros ojos.

miércoles, 30 de abril de 2008

Mi historia con Horacio Oliveira



Es muy difícil pensar en una secuencia cronológica de las lecturas de toda una vida. Inevitablemente, cuando me acuerdo de mi personaje de lectora, en el que dejo de ser yo para jugar un rol diferente, se me vienen a la mente más situaciones o momentos que la imagen de letras impresas en un papel. Situaciones relacionadas con la escuela, mi casa, mis amigos, el ruido del lápiz subrayando algún texto que me gustó.
Siempre fui de leer, supongo que estuve muy ligada a eso en mi casa, pero nunca me había identificado como lectora hasta que leí, lo que hoy considero mi libro favorito: Rayuela de Julio Cortázar. Si tengo que pensarme a mí en situación de lectura, lo primero que se me viene a la mente es esta novela.
Había leído algunas cosas de este autor que me habían gustado en el colegio: Casa Tomada, Carta a una señorita en París, etc., y otras cosas que me parecieron medio complicadas o densas. En cuanto a Rayuela, me habían dicho que el libro era excelente, aunque algunas personas lo consideraban aburrido; pero sinceramente, más allá de las opiniones, no tenía mucho interés en leerlo. Entonces, ¿cómo llegó esta novela a mi vida?
Un día, apareció en mi casa (había que comprar un libro en el círculo de lectores porque hacía mucho que no pedíamos nada, y ese fue el elegido al azar) y lo puse en el último lugar de la pila de libros de mi mesita de luz donde suele estar cualquier cosa que leo. Casualmente, se cumplió el refrán de “los últimos serán los primeros” y lo agarré.
En ese momento de mi vida, había vuelto de mi viaje de egresados bastante “vacía” y decepcionada del todo, fue un viaje en el que no viajé (de ahí la decepción) o no encontré lo que buscaba. Enmarcada en esta situación, abrí el libro, vi un tablero de dirección que ya sabía que iba a encontrar y comencé a leer.
“¿Encontraría a la Maga?”[1] Alguien estaba buscando algo como lo hacía yo en ese momento. Leí con esfuerzo el primer capítulo, el segundo y a partir del tercero no pude parar de leer. Amo cuando me pasa eso, a pesar que de que ya hace bastante no ocurre.
Sobre el libro no puedo decir mucho más de lo que se conoce, aunque creo que es más conocido por su forma que por su fondo: resalta por sus técnicas innovadoras de escritura y cuenta la historia de Horacio Oliveira desde París en relación a otros personajes y luego desde Argentina con otras personas.
¿Quién es Horacio Oliveira? Principalmente un buscador, como dije anteriormente, un perseguidor. ¿Qué busca? Algo que dé sentido a nuestra vida en el mundo. Pero más allá de eso, pudo poner en palabras algunos de mis pensamientos, de mis búsquedas, o evocar cosas nuevas y abrir más caminos o rutas de viaje. Es un tipo muy inteligente, con un capital cultural impresionante al que recurre para expresar todo lo que siente. Muchas veces es solitario, frío, pero otras no tanto. Él viaja como lo hacemos todos y abre caminos. Caminos que van más allá del tiempo (tema recurrente en la novela), de la mañana, de la tarde, de la medianoche.
Creo que mi historia con la lectura sigue la estructura de esta Rayuela, si bien no empezó con este texto ni con su personaje, y hay un “antes”, para mí es el primer capítulo de mi vida de lectora. A partir de allí, fomenté amistades, críticas (por mi fanatismo) y encontré un poco de lo que buscaba aunque sin buscarlo. De ahora en más, por suerte o por desgracia, mi viaje sigue sin olvidar jamás su punto de partida.
[1] Cortázar, Julio. Rayuela, Capítulo 1

jueves, 17 de abril de 2008

Escritura

El otro día leí en el blog de Marcerlo Pisarro (que encontré hace poco chusmenado los blogs de Clarín) una frase que pensé que podía servir:

"El acto de escribir es el acto de construir sentido. Intentar decir algo que no existe hasta que es dicho. Para hacerlo, hay que acomodar situaciones, recortar hechos, iluminar algunos aspectos y oscurecer otros, forzar lo que es ambiguo e imaginar lo que no sucedió pero pudo haber sucedido. Retórica. Efectos enunciativos. Manipulación. Golpes bajos. Pintar esvásticas: usar pequeñas mentiras para decir grandes verdades. "

"Porque en el momento en que el texto circula en el flujo de sentido, uno ya tiene las manos limpias. Uno ya hizo su trabajo. Uno hizo lo que tenía que hacer. Uno, quizás, hizo una diferencia."

Lo de pintar esvásticas toma todo su sentido en el contexto de lo que escribió. Acá dejo el link: http://weblogs.clarin.com/revistaenie-nerdsallstar/archives/2008/02/yo_fui_un_adolescente_neonazi.html
Y recomiendo el blog también.

domingo, 13 de abril de 2008

Tiempo y viaje

“Soportar el tiempo del viaje. Hay un primer momento, gozoso, en que se logra romper del tiempo la continuidad inconmovible: viajando de Hong Kong a Londres, mi diez de noviembre de 1991 tuvo treinta y dos horas, y otras veces he tenido días de quince o veintinueve. El tiempo, entonces, se estira suavemente o se contrae, pierde esa majestad de mármol que es su bien más monstruoso: se hace muy ligeramente falible. Pero, una vez salvado ese tropiezo, el tiempo de viaje se vuelve un modelo a escala y despiadado del tiempo de una vida: hay un límite más o menos cercano, todo debe ser hecho en el apretado espacio de equis días pero, en este caso, el límite es explícito, se lo conoce de antemano. El viajero es siempre un condenado, y el tiempo y su desliz se vuelven aún más angustiosos y aparece –se me aparece- la obligación de aprovechar a ultranza todos los momentos. Y todos los espacios: en tanto lugares, obscenamente la certeza de que uno nunca volverá a ese lugar. Modelo vergonzoso del aprovechamiento.” Martín Caparrós, Larga Distancia.

El tiempo siempre fue un tema que se ocupó de tener llenos mis pensamientos. No podía entenderlo. No puedo entenderlo. ¿Cómo puede haber números que midan el tiempo?

“Tu no haces más que contar el tiempo. (…) El primero, el dos, el tres, el veintiuno. A todo le pones un número, tú.” Julio Cortázar, El Perseguidor.

“En mi viaje por esta selva de números que llaman mundo, llevo un cero a modo de linterna.” Antonio Porchia, Voces.

Llamo al 113 y me dice una hora oficial, y no comprendo por qué estar en ese tiempo. Es tan movible, yo no quiero que sean las tres de la tarde y quiero que sean las seis.
Cuando viajo no tengo tiempo, no lo entiendo. Como dice Caparrós, puedo tener días de 32 horas, y pensar la típica frase “parece que hace un mes estoy acá, y a penas hace dos días”. Algo así me pasó este verano, estaba el sur (donde oscurece muy tarde), cambio en el “horario oficial”, caminaba y no sabía la hora. Sólo me daba cuenta de la noche por el color de cielo. Era espectacular. Y sí, sé que eso tuvo una duración, que tampoco es la misma que tiene cuando la recuerdo o cuando la cuento.
Hablando de contar, sé también que es esa actividad obligada cuando me voy de viaje, sí o sí sé que llego y tengo que contar lo qué hice y lo qué no, dónde fui, y dónde no fui. Tengo tanto en mi cabeza que lo único que me sale decir “me fue bien, estuvo lindo” y a unos minutos de llegar ya tengo la respuesta preparada. ¿Cómo puedo contar lo que hice en tantos días en un segundo? ¿Y lo que sentí? ¿Se puede contar eso?
También pasé por el intento de hacer una especie de diario de viaje, una bitácora. Entonces, en algún momento del día escribía lo que había hecho. Un fracaso. Me aburría escribir dónde había ido, caminado, o transcribir una conversación. Siempre confío en mi capacidad de memoria, que por cierto es muy mala. Pero sé que algún día habrá algo que me sirva de disparador para que me haga acordar y así sucesivamente. Tampoco quería estar todo el día con el cuadernito porque no iba vivir al cien por ciento lo que estaba viviendo. Es como filmar un viaje: uno no ve las cosas realmente con sus ojos, sino con los de la cámara. O como andar con anteojos de sol: se ve el mundo con colores con poca saturación. Me aterra pensar que en unos años recuerde donde estuve y lo recuerde con ese color y no con el color que realmente percibían mis ojos.
Tampoco entiendo los kilómetros, a veces camino mucho y resulta que no es tanto pero para mí sí fue mucho. Creo que tiene que ver más con la intensidad. Como pasa con el tiempo, un minuto intenso no es lo mismo que un minuto relajado. Un minuto moviéndose no es lo mismo que un minuto quieto. Pero puede ser lo mismo también.

“Un minuto y lo eterno, acompañándose, son dos minutos. O dos eternidades.” Antonio Porchia, Voces.

Cuando leí la frase de Caparrós se me vinieron a mi cabeza muchas cosas, pero principalmente un fragmento de un cuento de Cortázar, El perseguidor, en donde su protagonista, Jonny le cuenta a Bruno qué es lo que le pasa cuando viaja en el metro:

“-Apenas un minuto y medio por tu tiempo, por el tiempo de ésa –ha dicho rencorosamente Jonny-. Y también por el del metro y el de mi reloj, malditos sean. Entonces, ¿cómo puede ser que yo haya estado pensando un cuarto de hora, eh, Bruno? ¿Cómo se puede pensar un cuarto de hora en un minuto y medio? Te juro que ese día no había fumado ni un pedacito, ni una hojita –agrega como un chico que se excusa-.
Y después me ha vuelto a suceder, ahora me empieza a suceder en todas partes. Pero –agrega astutamente- sólo en el metro me puedo dar cuenta porque viajar en el metro es como estar metido en un reloj. Las estaciones son los minutos, comprendes, es ese tiempo de ustedes, de ahora; pero yo sé que hay otro y he estado pensando, pensando…”


El maldito dilema del tiempo, el otro día después del teórico de taller también me quedé pensando en este tema, cuando la profesora dijo algo así como “la escritura conquista el tiempo”. ¿Es posible conquistar el tiempo? Quizás si yo hubiese escrito todo lo que hice en mis vacaciones en el cuadernito de viaje, ahora sabría me acordaría de todo, de cada detalle. Pero no lo hice, y hay cosas que me hacen ir a ese tiempo. Al fin y al cabo siempre todo lo que hice vuelve de alguna u otra manera a mí. En forma de lectura (si efectivamente hubiese escrito en el cuaderno) en forma de recuerdos, en conversaciones.

“El viaje: un partir de mí, un infinito a distancias infinitas y un arribar a mí.” Antonio Porchia, Voces.

Cuando viajamos y cuando escribimos, el tiempo se expande y se contrae. A mi me gusta vivir a mí tiempo, más allá del impuesto. O creer a veces que no existe. Está más bueno salir de mi casa, sin tener que llevar reloj, sin tener que preocuparse por el tiempo y el “¿a qué hora volvés?” de mi mamá, siempre presente antes de que abra la puerta. Así hay que viajar sin preocupaciones, como lo hacen los cronopios:

Cuando los cronopios van de viaje, encuentran los hoteles llenos, los trenes ya se han marchado, llueve a gritos, y los taxis no quieren llevarlo o les cobran precios altísimos. Los cronopios no se desaniman porque creen firmemente que estas cosas les ocurren a todos, y a la hora de dormir se dicen unos a los otros: <> Y sueñan toda la noche que en la ciudad hay grandes fiestas y que ellos están invitados. Al otro día se levantan contentísimos, y es así como viajan los cronopios.” Julio Cortázar, Viajes. Historias de cronopios y famas.

Ellos no están condenados a tener que “aprovechar a ultranza todos los momentos”, no se preocupan por el tiempo.

jueves, 10 de abril de 2008

El objeto de este diario

Finalmente, entendí la función de este diario. No tenía bien en claro sobre qué tenía que reflexionar: si sobre mi propia escritura o la escritura en general. Por suerte, será un continente que soporte un espectroe amplio de reflexiones sobre esta tecnología. O no. Pero al menos puede evacuar mi duda.
La cosa es que finalmente me hice un blog (jamás pensé que iba a hacerlo motivada por un Taller de Escritura) y acá estoy, escribiendo mi primer entrada.
Espero que de a poquito, esto vaya tomando color...
Saludos.