jueves, 4 de septiembre de 2008

Estación central


Dora y Josué se encuentran en viaje en búsqueda del padre de él. Un micro lleno de gente. Dora tomando alcohol. El niño también. Dora ni se imaginaba que iba a terminar ahí, ni tampoco que iba a viajar en un camión, que se iba a sentir deseos por el conductor de ese camión. Ni que iba a estar en una peregrinación, ni en ningún lugar nuevo. Vivir todo eso para llegar a un objetivo, un destino. Conocer lugares, gente. Conocer a Josué.
Antes lo hacía eso también. Pero sin desplazarse, viajaba por miles de historias de otras personas, cuando éstas por no saber escribir le pedían que ella les escriba para mandar cartas. Pero a ella no le importaba, se burlaba. Aunque conocía a mucha gente, gente que quizás nunca iba a volver a ver.
Un día eso cambió, el destino quiso que viaje miles de kilómetros para ayudar a ese nene que se había quedado sin madre. O mejor aún, para ayudarse a ella para encontrarse, para probarse, para superarse. Creo que Dora empezó un nuevo camino en el momento que emprendió su viaje con él.
Esto me lleva a pensar en el encuentro con cosas nuevas, inesperadas. La sensación de libertad de ir por cualquier lugar sin decirle nada a nadie. Conocer, mirar, ver, hablar. Todo eso lleva al conocimiento de uno mismo. Encontrar gente que transita por el mismo camino en otros destinos. Y compartir el destino con alguien que uno no se imagina. Ver otras realidades, construir una propia realidad. Dora cambió la suya, construyó una relación de afecto con Josué, lo conoció, se dejó conocer, y cuando logró el cambio y llegó a su destino decidió volver como suele hacer el héroe después de sus viajes: identificándose con lo que fue a buscar.

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