domingo, 13 de abril de 2008

Tiempo y viaje

“Soportar el tiempo del viaje. Hay un primer momento, gozoso, en que se logra romper del tiempo la continuidad inconmovible: viajando de Hong Kong a Londres, mi diez de noviembre de 1991 tuvo treinta y dos horas, y otras veces he tenido días de quince o veintinueve. El tiempo, entonces, se estira suavemente o se contrae, pierde esa majestad de mármol que es su bien más monstruoso: se hace muy ligeramente falible. Pero, una vez salvado ese tropiezo, el tiempo de viaje se vuelve un modelo a escala y despiadado del tiempo de una vida: hay un límite más o menos cercano, todo debe ser hecho en el apretado espacio de equis días pero, en este caso, el límite es explícito, se lo conoce de antemano. El viajero es siempre un condenado, y el tiempo y su desliz se vuelven aún más angustiosos y aparece –se me aparece- la obligación de aprovechar a ultranza todos los momentos. Y todos los espacios: en tanto lugares, obscenamente la certeza de que uno nunca volverá a ese lugar. Modelo vergonzoso del aprovechamiento.” Martín Caparrós, Larga Distancia.

El tiempo siempre fue un tema que se ocupó de tener llenos mis pensamientos. No podía entenderlo. No puedo entenderlo. ¿Cómo puede haber números que midan el tiempo?

“Tu no haces más que contar el tiempo. (…) El primero, el dos, el tres, el veintiuno. A todo le pones un número, tú.” Julio Cortázar, El Perseguidor.

“En mi viaje por esta selva de números que llaman mundo, llevo un cero a modo de linterna.” Antonio Porchia, Voces.

Llamo al 113 y me dice una hora oficial, y no comprendo por qué estar en ese tiempo. Es tan movible, yo no quiero que sean las tres de la tarde y quiero que sean las seis.
Cuando viajo no tengo tiempo, no lo entiendo. Como dice Caparrós, puedo tener días de 32 horas, y pensar la típica frase “parece que hace un mes estoy acá, y a penas hace dos días”. Algo así me pasó este verano, estaba el sur (donde oscurece muy tarde), cambio en el “horario oficial”, caminaba y no sabía la hora. Sólo me daba cuenta de la noche por el color de cielo. Era espectacular. Y sí, sé que eso tuvo una duración, que tampoco es la misma que tiene cuando la recuerdo o cuando la cuento.
Hablando de contar, sé también que es esa actividad obligada cuando me voy de viaje, sí o sí sé que llego y tengo que contar lo qué hice y lo qué no, dónde fui, y dónde no fui. Tengo tanto en mi cabeza que lo único que me sale decir “me fue bien, estuvo lindo” y a unos minutos de llegar ya tengo la respuesta preparada. ¿Cómo puedo contar lo que hice en tantos días en un segundo? ¿Y lo que sentí? ¿Se puede contar eso?
También pasé por el intento de hacer una especie de diario de viaje, una bitácora. Entonces, en algún momento del día escribía lo que había hecho. Un fracaso. Me aburría escribir dónde había ido, caminado, o transcribir una conversación. Siempre confío en mi capacidad de memoria, que por cierto es muy mala. Pero sé que algún día habrá algo que me sirva de disparador para que me haga acordar y así sucesivamente. Tampoco quería estar todo el día con el cuadernito porque no iba vivir al cien por ciento lo que estaba viviendo. Es como filmar un viaje: uno no ve las cosas realmente con sus ojos, sino con los de la cámara. O como andar con anteojos de sol: se ve el mundo con colores con poca saturación. Me aterra pensar que en unos años recuerde donde estuve y lo recuerde con ese color y no con el color que realmente percibían mis ojos.
Tampoco entiendo los kilómetros, a veces camino mucho y resulta que no es tanto pero para mí sí fue mucho. Creo que tiene que ver más con la intensidad. Como pasa con el tiempo, un minuto intenso no es lo mismo que un minuto relajado. Un minuto moviéndose no es lo mismo que un minuto quieto. Pero puede ser lo mismo también.

“Un minuto y lo eterno, acompañándose, son dos minutos. O dos eternidades.” Antonio Porchia, Voces.

Cuando leí la frase de Caparrós se me vinieron a mi cabeza muchas cosas, pero principalmente un fragmento de un cuento de Cortázar, El perseguidor, en donde su protagonista, Jonny le cuenta a Bruno qué es lo que le pasa cuando viaja en el metro:

“-Apenas un minuto y medio por tu tiempo, por el tiempo de ésa –ha dicho rencorosamente Jonny-. Y también por el del metro y el de mi reloj, malditos sean. Entonces, ¿cómo puede ser que yo haya estado pensando un cuarto de hora, eh, Bruno? ¿Cómo se puede pensar un cuarto de hora en un minuto y medio? Te juro que ese día no había fumado ni un pedacito, ni una hojita –agrega como un chico que se excusa-.
Y después me ha vuelto a suceder, ahora me empieza a suceder en todas partes. Pero –agrega astutamente- sólo en el metro me puedo dar cuenta porque viajar en el metro es como estar metido en un reloj. Las estaciones son los minutos, comprendes, es ese tiempo de ustedes, de ahora; pero yo sé que hay otro y he estado pensando, pensando…”


El maldito dilema del tiempo, el otro día después del teórico de taller también me quedé pensando en este tema, cuando la profesora dijo algo así como “la escritura conquista el tiempo”. ¿Es posible conquistar el tiempo? Quizás si yo hubiese escrito todo lo que hice en mis vacaciones en el cuadernito de viaje, ahora sabría me acordaría de todo, de cada detalle. Pero no lo hice, y hay cosas que me hacen ir a ese tiempo. Al fin y al cabo siempre todo lo que hice vuelve de alguna u otra manera a mí. En forma de lectura (si efectivamente hubiese escrito en el cuaderno) en forma de recuerdos, en conversaciones.

“El viaje: un partir de mí, un infinito a distancias infinitas y un arribar a mí.” Antonio Porchia, Voces.

Cuando viajamos y cuando escribimos, el tiempo se expande y se contrae. A mi me gusta vivir a mí tiempo, más allá del impuesto. O creer a veces que no existe. Está más bueno salir de mi casa, sin tener que llevar reloj, sin tener que preocuparse por el tiempo y el “¿a qué hora volvés?” de mi mamá, siempre presente antes de que abra la puerta. Así hay que viajar sin preocupaciones, como lo hacen los cronopios:

Cuando los cronopios van de viaje, encuentran los hoteles llenos, los trenes ya se han marchado, llueve a gritos, y los taxis no quieren llevarlo o les cobran precios altísimos. Los cronopios no se desaniman porque creen firmemente que estas cosas les ocurren a todos, y a la hora de dormir se dicen unos a los otros: <> Y sueñan toda la noche que en la ciudad hay grandes fiestas y que ellos están invitados. Al otro día se levantan contentísimos, y es así como viajan los cronopios.” Julio Cortázar, Viajes. Historias de cronopios y famas.

Ellos no están condenados a tener que “aprovechar a ultranza todos los momentos”, no se preocupan por el tiempo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Todavía no nos conocemos entre nosotros, ni podemos recordar las caras al leer nuestros nombres en el blog, y eso en cierta manera me motiva. No hay prejuicios: el anonimato hace visible su ausencia. Y es por eso que por ahora sólo puedo decirte que me encantó lo q escribiste, sinceramente me llegó cada palabra, como si te conociera realmente. Espero llegar a clases el jueves y decirtelo personalmente, como así también tener la posibilidad de averiguar y comprender mejor tus problemas con las "mediciones temporales", jaja.. ¡a mí también me pasa!
Continuá escribiendo...

Besos, Regina

Laura dijo...

Uy qué groso! Todavía no te ubico bien, hoy hubo taller y recién leí el comentario. Así que ya hablaremos sobre el tiempo jaja.

Saludos,

laly.-

(no te firmé en tu blog porque no había entradas aún)