viernes, 15 de agosto de 2008

Yo tengo un hermano

Con ciertos nervios y ansiedad esperé. Me había llamado el lunes anterior y me dibujó una sonrisa saber que pasaríamos un día juntos. Nos bajamos de aquel colectivo[1] para ahora subirnos a su auto. No sabía a dónde íbamos a ir, pero tenía mucha impaciencia. Quería que llegue. Toda la semana esperando que sea jueves. Fue jueves.

[2]Yo tuve un hermano
no nos vimos nunca
pero no importaba.

Siempre que espero a mi hermano tengo miedo de que no llegue. Mi papá me contaba que cuando las cosas no andaban bien entre ellos, él le decía que venía y no venía. Me acuerdo que una vez mi abuelo Domingo, que lleva justamente su nombre, quiso juntar a todos los nietos un día del niño. Mi hermano era su nieto preferido, sé que principalmente quería que vaya él. Yo tenía alrededor de once años. Estaba tan entusiasmada y no vino. Mi abuelo lo esperó sentado, me acuerdo que no durmió la siesta esa tarde. No entendía por qué y tenía la necesidad de entender.
Igualmente, sabía que ahora iba a llegar. Escuché la puerta de un auto que se cerró en la puerta de mi casa y predije inmediatamente el ruido del timbre.
¿Iba a encontrar respuestas a mis preguntas? ¿Iba a comenzar a entender?
Despegamos de Aldo Bonzi donde ambos vivimos toda la vida. Claro que en casas separadas. Nos separa una distancia de aproximadamente 10 cuadras y pensar que a pesar de nuestra cercanía no nos veíamos tan seguido. Gracias a eso es por qué explico mi condición de hija única. “Tengo un hermano, pero soy hija única.” Siempre dije eso porque nunca me crié con un hermano. Aunque lo tenga. Él es hijo del primer matrimonio de mi papá. Nos llevamos veinte años, es decir que cuando yo nací él tenía mi edad. Ahora me imagino lo difícil que debe ser tener un hermano después de 20 años de ser el único. Y encima un hermano con el que sólo compartís el padre y no la madre.
Subimos al auto que nos permitió recrear esa metáfora que construimos en un encuentro anterior: “Obviamente estamos en un mismo micro. Ahora estamos sentados al lado y en otro momento estábamos en otra punta.”[3] En el auto él manejó y yo fui su acompañante.
Rápidamente me explicó el recorrido que íbamos a hacer. Sé que disfrutó el momento del despegue de su ciudad natal para encontrarse con otra cosa, al menos por obligación. Sonaba música brasilera de fondo en la radio y había un rayo de sol que no me dejaba ver del todo.
“Vamos a ir a Puerto Madero a entregar una carpeta, después a Once y por último a Flores. Te traigo acá y yo después sigo.” No me esperaba ese recorrido, pero me pareció buenísimo.
En la autopista el sol ya se había ido y el paisaje estaba bastante confuso y desdibujado a causa de la niebla. Mi hermano ya había sacado su caja de Marlboro y tenía su primer cigarrillo en la boca. El humo se perdía por la ventanilla en la niebla.
Dentro del auto él tiene su hábitat. En la parte de atrás hay un conjunto de agendas, papeles que me decía que tenía que ordenar.
Eran las 10:30 y ya habíamos llegado a Puerto Madero. Teníamos que estacionar y no encontrábamos dónde. Dimos muchas vueltas. Por el parabrisas veía varios edificios construyéndose. Actualmente esta es una zona de muchos andamios y restaurantes. Era un paisaje muy gris y el clima ayudaba a que parezca más gris. Será que me gustan los colores. Me acuerdo una de las primeras veces en las que empezamos a vernos más seguido, que no sé por qué terminamos en la Boca con mi papá y él. Él había dicho que le gustaría vivir en La Boca. ¿Será por los colores?
Seguimos dando vueltas buscando un lugar para estacionar, y el gris no era lo nuestro se ve.
-¿Viste que acá todas las calles tienen nombres de mujeres? Me comentó. No me había dado cuenta, y siguiendo el nombre de estas mujeres encontramos estacionamiento. Él ya tenía experiencia con los nombres de mujer…
Hacía frío y estaba muy nublado, pero al menos ya no tenía ese rayo de sol que me molestaba en nuestro despegue y estaba mucho más cómoda.
Entramos en un edificio con un sistema de seguridad bastante molesto. Sólo teníamos que dejar una carpeta. El “hombre de seguridad” de la recepción le preguntó su apellido.
- Catanzariti.
- Catanzariti, Domingo ¿no?
- Sí, parece que ya vine acá.
Como dije anteriormente él lleva el nombre de mi abuelo. Aunque todos lo conocen como “Mingo” a secas. Mi papá quiso seguir esa famosa costumbre italiana de ponerle a su primer hijo varón el nombre de su padre. No sé si él habrá estado muy conforme durante su infancia con su nombre. Pero la cosa es que para mí el apodo “Mingo” me permite reconocerlo, tiene personalidad. Cuando me preguntan por él y lo mencionan así, lo primero que se me viene a la cabeza es él, su bajo blanco y su cigarrillo en la boca.
Yo también seguí la misma suerte de usar el nombre de mis abuelas, como para no romper con la tradición. En eso coincidimos. Aunque ese nombre quedó en segundo lugar, y, por suerte, él tuvo la decisión de elegir cómo me llamarían toda mi vida y qué palabra acompañaría a nuestro apellido en mi DNI. Digo por suerte porque me gusta mi nombre. Laura. Él ya tenía experiencia en nombres de mujer…
Luego de sacarse una foto, me quedé esperando para ahorrar el trámite de que dos Catanzaritis queden registrados y fotografiados en la computadora de quién sabe qué empresa sólo para estar ahí dos minutos y entregar una carpeta. Finalmente salimos y me dice: “ahora vamos a hacer algo más bueno.” Nos subimos de nuevo al Corsa bordó mezclado con el gris de la tierra que tenía por fuera en donde se veía una inscripción que decía “lavame sucio” que me causó gracia y emprendimos nuestro viaje en búsqueda de un pantalón.
* * *
Yo tuve un hermano
que iba por los montes
mientras yo dormía.

El paisaje se veía gris todavía y yo seguía a su lado, como habíamos hablado aquella vez. Eran alrededor de las 11 AM y había mucho ruido de autos y colectivos. El viaje hasta Once se hacía largo, pero no por eso menos entretenido.
-“Ahora cuando lleguemos haceme acordar que tengo que comprar una porra para el jardín de Fede.” Me dijo.
Fede es su hijo, mi sobrino. Tema infaltable en nuestras charlas. Es un buen punto de unión. Cuando él nació nos empezamos a ver más seguido.
Antes, cuando estábamos distanciados, siempre tuve ganas de abrazar a mi hermano. Había una foto que siempre miraba. Una foto de la que no recordaba nada y hace relativamente poco apareció en el living de mi casa. Siempre la miraba como irreconocible. Estábamos los cuatro posando: mi papá, mi mamá, él con el pelo más largo y rulos que abundaban en su cabeza, su cara llena de barba alzándome a mí que tenía cara de asombro, supongo que porque me habrá llamado la atención el fotógrafo. Atrás se veía la iglesia de Luján y yo llevaba puesto un gorro del Club Atlético Boca Juniors que por lo que sé me lo regaló él ese día. Se notaba que todos teníamos muchos años menos encima.
Averigüé con mi mamá si se acordaba de ese día. Me contó que era un domingo nublado y un poco lluvioso (parecido al clima que estábamos teniendo en ese momento), y mi papá lo invitó a ir pensando que no vendría pero apareció con las facturas. Viajamos en la Lujanera, un servicio de la línea 52 que se hacía en ese entonces y que iba casualmente de Once (hacia donde nos dirigíamos en este momento) a Luján. Durante el viaje tomaron mate, costumbre típica argentina con la finalidad de compartir. Me di cuenta que antes también viajamos uno al lado del otro compartiendo, ya habíamos vivido la metáfora del micro y la prueba estaba en la foto. Hicimos el típico recorrido que se hace allá, fuimos a comer a un recreo en el cual había un músico y mi mamá recuerda que se reían porque yo me senté delante de él y lo miraba fijo. Creo que a veces hago eso también hoy en día cuando lo voy a ver tocar a Mingo. Después me llevó a pasear por el lugar y ahí fue cuando me compró el gorro. Antes de volver nos sacamos la foto. Y yo con dos años y sin recordarlo lo abrazaba, sin ninguna vergüenza.
Durante el tiempo que estuvimos distanciados no sé si lo abracé. O al menos sigo sin recordar ningún abrazo, pero sí recuerdo el primero que le di después de tanto tiempo. Un abrazo con ganas. Un 8 de junio de 2005. El día que nació Fede. A eso voy con lo de punto de unión.
Seguimos charlando, metidos en el medio del tráfico. Muy atrás había quedado ese despegue que lo motiva tanto en sus viajes y seguimos avanzando.
-“Quiero un pantalón negro, de corderoy sin rayas” ¿De corderoy sin rayas? Pensé y sonreí.
-“No lo consigo por ningún lado, pero me dijeron que lo que yo busco es un pantalón de pana. Y me da un poco de vergüenza decir que quiero ese pantalón.” Se rió y me reí. Seguía al tráfico.
Me comentó que estábamos cerca de dónde él hacía terapia. Me sorprendí porque no sabía que seguía haciendo. Seguimos avanzando y se prendió un cigarrillo. El tráfico era más fluido. Le pregunté qué lo hizo ir a un psicólogo y me dijo que cuando el tuvo hepatitis C, empezó. Yo creo acordarme de esa época, aunque no entendía cuán grave era su enfermedad. El tema es que ahí empezó y hoy en día sigue. Entre charlas sobre terapias y psicólogos (tema que creo que le interesa porque una vez empezó a estudiar psicología) me empecé a dar cuenta que coincidíamos en puntos de vista sobre el mundo y en nuestra personalidad. Conversamos respecto a la gente, las adicciones (yo a la comida, él al tabaco), etc. Nos conocimos un poco más. Ambos coincidimos en la importancia de la conversación.
-“Y así empezamos con Gisela.” Me dijo.
- ¿”Cómo? Nunca me contaste bien cómo se conocieron.”
Gisela es su compañera de vida, la mamá de Fede. Hace 17 años que están juntos pero para él se pasaron intensos, rapidísimos. Se conocieron aproximadamente en la época que fuimos a pasear a Luján, me imagino. Ella era amiga de la novia de ese entonces de un amigo de él, pero al principio no pasó nada. Luego cuando él se decidió a terminar el secundario y le quedaba por rendir una materia, ella lo preparó. Se juntaban todos los días en una pizzería de Tapiales en donde se la pasaban conversando. Y así se dio todo.
Finalmente, llegamos a Once. Pasamos por un cotillón, compramos la porra. Había mucha gente. Telas, señores con sombreros y mucha barba y en la Avenida Corrientes muchos autos pasaban por ahí. Había un viento frío. Otro cigarrillo prendido.
Esta iba a ser la primera vez que lo acompañaba a comprar algo. Consiguió su pantalón de pana, aunque primero lo pidió como “corderoy sin rayas.” Le quedaba bastante bien, aunque no sé porqué lo quería teñir con anilina negra. Seguimos viaje.

* * *
Lo quiero a mi modo
le tomé su voz
libre como el agua.
Otra vez abrochándonos el cinturón de seguridad. Nos acercamos a un barrio de menos edificios y más casas bajas. La radio seguía de fondo. Estábamos cerca de Boedo, pero creo que aún no me ubicaba.
-“¿Viste en donde estamos? En la esquina Homero Manzi” No sé si en mi cabeza o materialicé mi pensamiento en sustancia fónica, pero recordé los primeros versos del tango Sur. San Juan y Boedo antigua… Sur, paredón y después. ¿Qué habría después? Él sabía que me iba a dar cuenta de eso. Me gusta mucho el tango, a él también le gusta, no sé si mucho pero le gusta. Hace un tiempo me había comentado que su tango favorito era “El día que me quieras”… y que le gustaba la Fernández Fierro[4]. Nos estábamos encontrando.
Comimos y alrededor de las 13 horas salimos de ahí, en busca de un kiosco para comprar cigarrillos. Me dijo que él más o menos conoce esa zona. Creo que era porque le gustaba. Me preguntó si quería algo dulce y le dije que no. Me acordé de una de nuestras primeras salidas cuando yo tenía alrededor de 15 años que fuimos a un homenaje de un jugador a la cancha de Boca. Era la primera vez que iba, y encima la primera vez que salía con él, al menos para mi memoria. No me acuerdo mucho del día, pero sí me quedó grabado que me compró una caja de maní con chocolate que aún tengo guardada y la transformé en amuleto por eso.
De ahí nos fuimos a Flores, y estacionamos en un lugar para hacer tiempo. Cuando habíamos estado en Once, me dio un par de entradas para que lo vaya a ver al día siguiente que tocaba.
Él con la música no tiene distancias. Toca en su banda desde los 13 años, empezaron ensayando en lo que hoy es mi dormitorio. Cosas de la vida ¿no? Es algo que disfruta, y se nota cuando habla de eso. Ahí no tiene ningún tipo de presiones y si las hay las disfruta. Sensación de libertad, sentir como si nada hubiese pasado. La música es un viaje para él.
Su banda se llama los Pérez García. Empezaron siendo tres, empezaron con otro nombre, cambiaron de integrantes, son conocidos donde vivimos. Sacaron tres discos. Me acuerdo que cuando tenían el primero, un día fui a la casa creo que a saludarlo por el cumpleaños y me regaló uno. Qué felicidad que tenía. Cuando vino el segundo, fui a verlo a un lugar en Palermo donde lo presentaron. Y hoy en día voy con mis amigos. “Me encanta que vengas a lo shows, es algo muy groso. Está mi hermana ahí, yo ya tocaba cuando ella nació y ella está ahí.”[5] De eso me enteré hace poco. Y estoy acá y ahí también.

* * *
Caminé de a ratos
cerca de su sombra
no nos vimos nunca
pero no importaba.
Me quedé sola. Él se fue a hacer su trabajo y me dejó con cierto temor en el auto. No sabía si dejar la llave o no. “Me llevo la llave, así no te llevan a ningún lado” me dijo. Yo me iba a quedar ahí.
No hay humo de cigarrillo y estoy acá, ocupando este lugar, no, no, mejor digo compartiéndolo. Compartir el mismo viaje que empezó hace 19 años, que empezó esta mañana, que despegamos de Aldo Bonzi. Y ahora estoy sola pensando todo esto, sabiendo que por mucho tiempo ambos estuvimos solos, pero sabíamos que estaba el otro, sentíamos las distancias, él pensaba que tenía la vida resuelta por un lado y hay cosas que estaban y eran. Él estaba trabajando, yo en su auto; él estaba entendiendo lo que era la adultez, yo jugando con mis muñecas; él con su música, yo interesándome recién por la mía; el estaba sufriendo y yo no lo sabía. ¡¿Por qué no lo sabía?! Si yo siempre lo quise y no entendía por qué no estaba ahí y no podía saberlo. Ahora lo entiendo. Nos separaban kilómetros. No entendía, no entendía y por alguna razón todos me preguntaban por él y no me molestaba eso, me dolía no saber qué responder porque no lo sabía y quería saber. Me enojé, mucho, muchísimo, no podés obligar a alguien a que te quiera me decían y ¡no! Trate de convencerme de eso pero sabía que no era así, que es mi hermano y si yo lo quería y lo extrañaba ¿por qué él no?, aunque no éramos el estereotipo de hermanos que todos tenemos en la cabeza. Es mi hermano.
Yo estoy acá junto a él, aunque ahora esté sola, lo estoy esperando, siguiendo, acompañando. Estoy acá después de casi 20 años de viaje, después de un día de viaje, nos quedamos dormidos unos cuántos kilómetros y estamos acá, porque no agarramos rutas diferentes, sólo nos quedamos dormidos, estamos acá. Juntos. Y sé que va a haber más camino porque realmente vale la pena. Lo quiero mucho y lo entiendo, porque es un poco yo, porque mira parecido a mí, porque vive su vida como a mi me gustaría vivir, porque si las distancias aparecen yo ya sé construir puentes, porque lo sigo conociendo y me encanta, porque lo escucho y me sorprendo, porque aunque no esté yo sigo oliendo el humo de su cigarrillo, porque él ahora me enseña, y yo también a él. Ya no hay más distancias, no las siento y él tampoco. Se volvió a subir al auto.
Mi hermano despierto
mientras yo dormía.
Mi hermano mostrándome
detrás de la noche
su estrella elegida.
Ahora se terminaba nuestro día, nuestro viaje, volvíamos al lugar de partida, previo café en una YPF del medio de la autopista. Y conseguí lo que quería: avanzar un poco más. “La lección vale para cualquier viaje, que sólo puede lograrse si el viajero que va en busca del Otro llega a identificarse con él.”[6]. Creo que así fue.
[1] Lo del colectivo se refiere al cuento que escribí a partir de la entrevista, no tiene título aún.
[2] Estrofas de un poema de Julio Cortázar dedicado al Che Guevara titulado “Yo tuve un hermano” (1967). Hice algunas modificaciones en los tiempos verbales del poema.
[3] Fragmento desgrabado de la entrevista.
[4] Orquesta típica de tango
[5] Fragmento desgrabado de la entrevista.
[6] Fragmento de “El viajero y su búsqueda” de Jaques Brosse.