miércoles, 30 de abril de 2008

Mi historia con Horacio Oliveira



Es muy difícil pensar en una secuencia cronológica de las lecturas de toda una vida. Inevitablemente, cuando me acuerdo de mi personaje de lectora, en el que dejo de ser yo para jugar un rol diferente, se me vienen a la mente más situaciones o momentos que la imagen de letras impresas en un papel. Situaciones relacionadas con la escuela, mi casa, mis amigos, el ruido del lápiz subrayando algún texto que me gustó.
Siempre fui de leer, supongo que estuve muy ligada a eso en mi casa, pero nunca me había identificado como lectora hasta que leí, lo que hoy considero mi libro favorito: Rayuela de Julio Cortázar. Si tengo que pensarme a mí en situación de lectura, lo primero que se me viene a la mente es esta novela.
Había leído algunas cosas de este autor que me habían gustado en el colegio: Casa Tomada, Carta a una señorita en París, etc., y otras cosas que me parecieron medio complicadas o densas. En cuanto a Rayuela, me habían dicho que el libro era excelente, aunque algunas personas lo consideraban aburrido; pero sinceramente, más allá de las opiniones, no tenía mucho interés en leerlo. Entonces, ¿cómo llegó esta novela a mi vida?
Un día, apareció en mi casa (había que comprar un libro en el círculo de lectores porque hacía mucho que no pedíamos nada, y ese fue el elegido al azar) y lo puse en el último lugar de la pila de libros de mi mesita de luz donde suele estar cualquier cosa que leo. Casualmente, se cumplió el refrán de “los últimos serán los primeros” y lo agarré.
En ese momento de mi vida, había vuelto de mi viaje de egresados bastante “vacía” y decepcionada del todo, fue un viaje en el que no viajé (de ahí la decepción) o no encontré lo que buscaba. Enmarcada en esta situación, abrí el libro, vi un tablero de dirección que ya sabía que iba a encontrar y comencé a leer.
“¿Encontraría a la Maga?”[1] Alguien estaba buscando algo como lo hacía yo en ese momento. Leí con esfuerzo el primer capítulo, el segundo y a partir del tercero no pude parar de leer. Amo cuando me pasa eso, a pesar que de que ya hace bastante no ocurre.
Sobre el libro no puedo decir mucho más de lo que se conoce, aunque creo que es más conocido por su forma que por su fondo: resalta por sus técnicas innovadoras de escritura y cuenta la historia de Horacio Oliveira desde París en relación a otros personajes y luego desde Argentina con otras personas.
¿Quién es Horacio Oliveira? Principalmente un buscador, como dije anteriormente, un perseguidor. ¿Qué busca? Algo que dé sentido a nuestra vida en el mundo. Pero más allá de eso, pudo poner en palabras algunos de mis pensamientos, de mis búsquedas, o evocar cosas nuevas y abrir más caminos o rutas de viaje. Es un tipo muy inteligente, con un capital cultural impresionante al que recurre para expresar todo lo que siente. Muchas veces es solitario, frío, pero otras no tanto. Él viaja como lo hacemos todos y abre caminos. Caminos que van más allá del tiempo (tema recurrente en la novela), de la mañana, de la tarde, de la medianoche.
Creo que mi historia con la lectura sigue la estructura de esta Rayuela, si bien no empezó con este texto ni con su personaje, y hay un “antes”, para mí es el primer capítulo de mi vida de lectora. A partir de allí, fomenté amistades, críticas (por mi fanatismo) y encontré un poco de lo que buscaba aunque sin buscarlo. De ahora en más, por suerte o por desgracia, mi viaje sigue sin olvidar jamás su punto de partida.
[1] Cortázar, Julio. Rayuela, Capítulo 1

jueves, 17 de abril de 2008

Escritura

El otro día leí en el blog de Marcerlo Pisarro (que encontré hace poco chusmenado los blogs de Clarín) una frase que pensé que podía servir:

"El acto de escribir es el acto de construir sentido. Intentar decir algo que no existe hasta que es dicho. Para hacerlo, hay que acomodar situaciones, recortar hechos, iluminar algunos aspectos y oscurecer otros, forzar lo que es ambiguo e imaginar lo que no sucedió pero pudo haber sucedido. Retórica. Efectos enunciativos. Manipulación. Golpes bajos. Pintar esvásticas: usar pequeñas mentiras para decir grandes verdades. "

"Porque en el momento en que el texto circula en el flujo de sentido, uno ya tiene las manos limpias. Uno ya hizo su trabajo. Uno hizo lo que tenía que hacer. Uno, quizás, hizo una diferencia."

Lo de pintar esvásticas toma todo su sentido en el contexto de lo que escribió. Acá dejo el link: http://weblogs.clarin.com/revistaenie-nerdsallstar/archives/2008/02/yo_fui_un_adolescente_neonazi.html
Y recomiendo el blog también.

domingo, 13 de abril de 2008

Tiempo y viaje

“Soportar el tiempo del viaje. Hay un primer momento, gozoso, en que se logra romper del tiempo la continuidad inconmovible: viajando de Hong Kong a Londres, mi diez de noviembre de 1991 tuvo treinta y dos horas, y otras veces he tenido días de quince o veintinueve. El tiempo, entonces, se estira suavemente o se contrae, pierde esa majestad de mármol que es su bien más monstruoso: se hace muy ligeramente falible. Pero, una vez salvado ese tropiezo, el tiempo de viaje se vuelve un modelo a escala y despiadado del tiempo de una vida: hay un límite más o menos cercano, todo debe ser hecho en el apretado espacio de equis días pero, en este caso, el límite es explícito, se lo conoce de antemano. El viajero es siempre un condenado, y el tiempo y su desliz se vuelven aún más angustiosos y aparece –se me aparece- la obligación de aprovechar a ultranza todos los momentos. Y todos los espacios: en tanto lugares, obscenamente la certeza de que uno nunca volverá a ese lugar. Modelo vergonzoso del aprovechamiento.” Martín Caparrós, Larga Distancia.

El tiempo siempre fue un tema que se ocupó de tener llenos mis pensamientos. No podía entenderlo. No puedo entenderlo. ¿Cómo puede haber números que midan el tiempo?

“Tu no haces más que contar el tiempo. (…) El primero, el dos, el tres, el veintiuno. A todo le pones un número, tú.” Julio Cortázar, El Perseguidor.

“En mi viaje por esta selva de números que llaman mundo, llevo un cero a modo de linterna.” Antonio Porchia, Voces.

Llamo al 113 y me dice una hora oficial, y no comprendo por qué estar en ese tiempo. Es tan movible, yo no quiero que sean las tres de la tarde y quiero que sean las seis.
Cuando viajo no tengo tiempo, no lo entiendo. Como dice Caparrós, puedo tener días de 32 horas, y pensar la típica frase “parece que hace un mes estoy acá, y a penas hace dos días”. Algo así me pasó este verano, estaba el sur (donde oscurece muy tarde), cambio en el “horario oficial”, caminaba y no sabía la hora. Sólo me daba cuenta de la noche por el color de cielo. Era espectacular. Y sí, sé que eso tuvo una duración, que tampoco es la misma que tiene cuando la recuerdo o cuando la cuento.
Hablando de contar, sé también que es esa actividad obligada cuando me voy de viaje, sí o sí sé que llego y tengo que contar lo qué hice y lo qué no, dónde fui, y dónde no fui. Tengo tanto en mi cabeza que lo único que me sale decir “me fue bien, estuvo lindo” y a unos minutos de llegar ya tengo la respuesta preparada. ¿Cómo puedo contar lo que hice en tantos días en un segundo? ¿Y lo que sentí? ¿Se puede contar eso?
También pasé por el intento de hacer una especie de diario de viaje, una bitácora. Entonces, en algún momento del día escribía lo que había hecho. Un fracaso. Me aburría escribir dónde había ido, caminado, o transcribir una conversación. Siempre confío en mi capacidad de memoria, que por cierto es muy mala. Pero sé que algún día habrá algo que me sirva de disparador para que me haga acordar y así sucesivamente. Tampoco quería estar todo el día con el cuadernito porque no iba vivir al cien por ciento lo que estaba viviendo. Es como filmar un viaje: uno no ve las cosas realmente con sus ojos, sino con los de la cámara. O como andar con anteojos de sol: se ve el mundo con colores con poca saturación. Me aterra pensar que en unos años recuerde donde estuve y lo recuerde con ese color y no con el color que realmente percibían mis ojos.
Tampoco entiendo los kilómetros, a veces camino mucho y resulta que no es tanto pero para mí sí fue mucho. Creo que tiene que ver más con la intensidad. Como pasa con el tiempo, un minuto intenso no es lo mismo que un minuto relajado. Un minuto moviéndose no es lo mismo que un minuto quieto. Pero puede ser lo mismo también.

“Un minuto y lo eterno, acompañándose, son dos minutos. O dos eternidades.” Antonio Porchia, Voces.

Cuando leí la frase de Caparrós se me vinieron a mi cabeza muchas cosas, pero principalmente un fragmento de un cuento de Cortázar, El perseguidor, en donde su protagonista, Jonny le cuenta a Bruno qué es lo que le pasa cuando viaja en el metro:

“-Apenas un minuto y medio por tu tiempo, por el tiempo de ésa –ha dicho rencorosamente Jonny-. Y también por el del metro y el de mi reloj, malditos sean. Entonces, ¿cómo puede ser que yo haya estado pensando un cuarto de hora, eh, Bruno? ¿Cómo se puede pensar un cuarto de hora en un minuto y medio? Te juro que ese día no había fumado ni un pedacito, ni una hojita –agrega como un chico que se excusa-.
Y después me ha vuelto a suceder, ahora me empieza a suceder en todas partes. Pero –agrega astutamente- sólo en el metro me puedo dar cuenta porque viajar en el metro es como estar metido en un reloj. Las estaciones son los minutos, comprendes, es ese tiempo de ustedes, de ahora; pero yo sé que hay otro y he estado pensando, pensando…”


El maldito dilema del tiempo, el otro día después del teórico de taller también me quedé pensando en este tema, cuando la profesora dijo algo así como “la escritura conquista el tiempo”. ¿Es posible conquistar el tiempo? Quizás si yo hubiese escrito todo lo que hice en mis vacaciones en el cuadernito de viaje, ahora sabría me acordaría de todo, de cada detalle. Pero no lo hice, y hay cosas que me hacen ir a ese tiempo. Al fin y al cabo siempre todo lo que hice vuelve de alguna u otra manera a mí. En forma de lectura (si efectivamente hubiese escrito en el cuaderno) en forma de recuerdos, en conversaciones.

“El viaje: un partir de mí, un infinito a distancias infinitas y un arribar a mí.” Antonio Porchia, Voces.

Cuando viajamos y cuando escribimos, el tiempo se expande y se contrae. A mi me gusta vivir a mí tiempo, más allá del impuesto. O creer a veces que no existe. Está más bueno salir de mi casa, sin tener que llevar reloj, sin tener que preocuparse por el tiempo y el “¿a qué hora volvés?” de mi mamá, siempre presente antes de que abra la puerta. Así hay que viajar sin preocupaciones, como lo hacen los cronopios:

Cuando los cronopios van de viaje, encuentran los hoteles llenos, los trenes ya se han marchado, llueve a gritos, y los taxis no quieren llevarlo o les cobran precios altísimos. Los cronopios no se desaniman porque creen firmemente que estas cosas les ocurren a todos, y a la hora de dormir se dicen unos a los otros: <> Y sueñan toda la noche que en la ciudad hay grandes fiestas y que ellos están invitados. Al otro día se levantan contentísimos, y es así como viajan los cronopios.” Julio Cortázar, Viajes. Historias de cronopios y famas.

Ellos no están condenados a tener que “aprovechar a ultranza todos los momentos”, no se preocupan por el tiempo.

jueves, 10 de abril de 2008

El objeto de este diario

Finalmente, entendí la función de este diario. No tenía bien en claro sobre qué tenía que reflexionar: si sobre mi propia escritura o la escritura en general. Por suerte, será un continente que soporte un espectroe amplio de reflexiones sobre esta tecnología. O no. Pero al menos puede evacuar mi duda.
La cosa es que finalmente me hice un blog (jamás pensé que iba a hacerlo motivada por un Taller de Escritura) y acá estoy, escribiendo mi primer entrada.
Espero que de a poquito, esto vaya tomando color...
Saludos.